La chica danesa
Una novela de David Ebershoff Una novela de David Ebershoff
de ocultarle que sangraba y se limpiaba a escondidas con viejos trapos cogidos del estudio que luego tiraba al canal. Pero ella lo sabía. Lo sabía por el olor que despedía, húmedo, como de turba. Lo sabía porque tenía calambres en el estómago. Lo sabía porque los trapos empapados en sangre aparecían a la mañana siguiente pegados a los pilares de piedra del puente del canal. Una mañana Greta fue a la oficina de correos para llamar por teléfono sin que Einar la oyese. Cuando volvió al estudio, encontró a Lili echada sobre un canapé color cereza que habían tomado prestado del departamento de utillería del Teatro Real. También el camisón que llevaba era prestado; una soprano a punto de retirarse, cuya garganta era vieja y azulada y de temblorosos tendones, lo había usado para cantar en el papel de Desdémona. A Greta le parecía que Lili nunca tenía la menor idea de su aspecto. De tenerla, no estaría echada así, con las piernas abiertas, los dos pies en el suelo y los tobillos torcidos, como si estuviese borracha. Con la boca abierta y la lengua en los labios, una morfinómana. A Greta, sin embargo, le gustó la escena, aunque no la hubiese preparado ella. Einar había pasado la noche anterior en vela, con calambres en el estómago y Greta temía una hemorragia. —He pedido hora para ti —le dijo Greta. —¿Para qué? Lili comenzó a respirar entrecortadamente, y sus pechos subían y bajaban. —Para que te vea un médico. Lili se incorporó. Parecía alarmada. Fue ésa una de las pocas veces en que Greta pudo ver a Einar asomado al rostro de Lili: de pronto aparecieron en su labio superior las sombras azuladas del bozo. —¡Pero si no me pasa nada! —dijo Lili. —No he dicho que te pase nada —Greta se acercó al canapé y se puso a atar las cintas de satén de las mangas de Lili—, pero has estado enferma —añadió tras meter las manos en los bolsillos de su bata de pintar, donde guardaba los lápices mordisqueados, la foto de Teddy Cross entre las olas de la playa de Santa Monica, un pedazo del vestido ensangrentado que llevaba Lili cuando volvió al apartamento de Menton pronunciando el nombre de Hans entre sollozos—. Lo que me preocupa son esas hemorragias. Greta observó el rostro de Lili: parecía estar retorciéndose de vergüenza. Pero ella sabía que tenía razón al hablarle así. —Tenemos que averiguar por qué sangras. Si no estarás forzando algo en tu organismo al… —comenzó, pero se estremeció y un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Se preguntó qué estaba ocurriendo en su vida matrimonial, al tiempo que tiraba de las cintas del cuello del camisón. Quería a su marido, y quería a Lili—. ¡Oh, Einar! —Einar no está aquí —dijo Lili. —Pues hazme el favor de decirle que se reúna conmigo en la Estación Central para coger el tren de las once y cuatro minutos que va a Rungsted —dijo entonces www.lectulandia.com - Página 84
Greta—. Ahora tengo que ir a la tienda de artículos de pintura. Fue al armario de fresno a buscar una bufanda. —¿Y qué pasa si Einar no vuelve a tiempo? —preguntó Lili—. ¿Qué pasa si no puedo encontrarlo antes de esa hora? —Volverá —dijo Greta, y añadió—: ¿Has visto mi bufanda, la azul con borde dorado? Lili se miró el regazo: —Creo que no. —Pues estaba en el armario; en mi cajón. ¿La cogiste tú? —Me parece que la dejé en el Café Axel —dijo Lili—. Seguro que me la han guardado. Voy ahora mismo por ella. —Y añadió—: Greta. Lo siento. No te cogí ninguna otra cosa. No toqué ninguna otra cosa. Greta sintió crecer la irritación en lo más hondo de su ser. «Algo pasa aquí que no tiene ninguna gracia», se dijo, pero enseguida desechó tal idea. No, no iba a dejar que su matrimonio se fuese al garete porque le hubiesen cogido una bufanda de su armario. Además, ¿no le había dicho a Lili que podía coger lo que quisiese? ¿No quería, más que cualquier otra cosa, complacer a Lili? —No, quédate aquí —dijo Greta—, pero hazme el favor de cerciorarte de que Einar no pierda el tren. Las paredes del Café Axel estaban amarillas a causa del humo del tabaco. Los estudiantes de la Real Academia iban allí a comer rikadeller y beber cerveza de barril, que costaban la mitad de su precio habitual entre las cuatro y las seis de la tarde. Cuando era estudiante, Greta solía sentarse a una mesa que había junto a la puerta y dibujaba en un cuaderno que apoyaba en el regazo. Si entraba algún amigo y le preguntaba qué estaba dibujando, cerraba el cuaderno y le decía: —Nada, una cosa para el profesor Wegener. Greta preguntó al camarero si había encontrado una bufanda azul. —Mi prima piensa que la dejó aquí —añadió. —¿Quién es su prima? —preguntó el camarero mientras se secaba las manos con un paño de cocina. —Una chica pequeña, quiero decir que no es no tan alta como yo. Y tímida. Greta hizo una pausa. Era difícil describir a Lili, pensar en ella flotando sola por el mundo, con el cuello revoloteante blanco y los ojos pardos fijos en apuestos desconocidos. Las ventanillas de la nariz de Greta se agitaron. —¿Se refiere a Lili? —preguntó el camarero. Greta asintió. —Simpática chica. Se sienta allí, junto a la puerta. Seguro que ya lo sabe usted, pero los chicos se vuelven locos por atraer su atención. Lili se toma una cerveza con uno de ellos y luego, cuando el chaval vuelve la cabeza, desaparece. Sí, se dejó la bufanda aquí. www.lectulandia.com - Página 85
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Greta—. Ahora tengo que ir a la tienda de artículos de pintura.<br />
Fue al armario de fresno a buscar una bufanda.<br />
—¿Y qué pasa si Einar no vuelve a tiempo? —preguntó Lili—. ¿Qué pasa si no<br />
puedo encontrarlo antes de esa hora?<br />
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dorado?<br />
Lili se miró el regazo:<br />
—Creo que no.<br />
—Pues estaba en el armario; en mi cajón. ¿<strong>La</strong> cogiste tú?<br />
—Me parece que la dejé en el Café Axel —dijo Lili—. Seguro que me la han<br />
guardado. Voy ahora mismo por ella. —Y añadió—: Greta. Lo siento. No te cogí<br />
ninguna otra cosa. No toqué ninguna otra cosa.<br />
Greta sintió crecer la irritación en lo más hondo de su ser. «Algo pasa aquí que no<br />
tiene ninguna gracia», se dijo, pero enseguida desechó tal idea. No, no iba a dejar que<br />
su matrimonio se fuese al garete porque le hubiesen cogido una bufanda de su<br />
armario. Además, ¿no le había dicho a Lili que podía coger lo que quisiese? ¿No<br />
quería, más que cualquier otra cosa, complacer a Lili?<br />
—No, quédate aquí —dijo Greta—, pero hazme el favor de cerciorarte de que<br />
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estudiantes de la Real Academia iban allí a comer rikadeller y beber cerveza de<br />
barril, que costaban la mitad de su precio habitual entre las cuatro y las seis de la<br />
tarde. Cuando era estudiante, Greta solía sentarse a una mesa que había junto a la<br />
puerta y dibujaba en un cuaderno que apoyaba en el regazo.<br />
Si entraba algún amigo y le preguntaba qué estaba dibujando, cerraba el cuaderno<br />
y le decía:<br />
—Nada, una cosa para el profesor Wegener.<br />
Greta preguntó al camarero si había encontrado una bufanda azul.<br />
—Mi prima piensa que la dejó aquí —añadió.<br />
—¿Quién es su prima? —preguntó el camarero mientras se secaba las manos con<br />
un paño de cocina.<br />
—Una <strong>chica</strong> pequeña, quiero decir que no es no tan alta como yo. Y tímida.<br />
Greta hizo una pausa. Era difícil describir a Lili, pensar en ella flotando sola por<br />
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—¿Se refiere a Lili? —preguntó el camarero.<br />
Greta asintió.<br />
—Simpática <strong>chica</strong>. Se sienta allí, junto a la puerta. Seguro que ya lo sabe usted,<br />
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bufanda aquí.<br />
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