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El nuevo estilo de Greta consistía en pintar al pastel utilizando una gama reducida de<br />
colores, sobre todo, amarillos, rosas acaramelados y azules pálidos. Seguía pintando<br />
únicamente retratos. Todavía usaba las pinturas de siempre, las que venían en tarros<br />
de cristal, con tapones poco de fiar, elaboradas por la empresa de Munich. Pero<br />
mientras que sus cuadros anteriores eran serios, directos y formales, sus nuevos<br />
cuadros, debido a su ligereza y a su color, parecían, según dijo en una ocasión Lili,<br />
como de arrope. Eran cuadros grandes, y describían minuciosamente su tema, el cual,<br />
ahora, era casi siempre Lili: Lili al aire libre, o en un campo de amapolas, o contra el<br />
fondo de las colinas provenzales.<br />
Mientras pintaba, Greta no pensaba en nada, o en cosas que le parecía que<br />
carecían de importancia; sentía que su cerebro y sus pensamientos eran tan ligeros<br />
como los colores que mezclaba en su paleta. Esto le recordaba la sensación de ir<br />
conduciendo bajo el sol, como si pintar consistiese en seguir adelante ciegamente,<br />
pero de buena fe. En sus mejores días, el éxtasis la embargaba mientras giraba de la<br />
caja de pinturas al lienzo, y era como si una luz blanca lo ocultase todo, excepto su<br />
imaginación. Cuando el cuadro le salía bien, cuando las pinceladas captaban la curva<br />
exacta de la cabeza de Lili o la profundidad de sus ojos oscuros, Greta oía<br />
mentalmente un susurro como de hojas que le recordaba la pértiga de bambú al<br />
golpear las naranjas de los naranjales de su padre. Pintar bien era como recolectar<br />
fruta: el bello, denso golpe de la naranja contra la tierra fértil de California. A pesar<br />
de todo, Greta se sintió sorprendida por la buena acogida que tuvieron aquel otoño en<br />
Copenhague sus retratos de Lili. Rasmussen se ofreció a colgarlos en su galería<br />
durante dos semanas en octubre. El tríptico original, Lili tres veces, se vendió<br />
inmediatamente, después de una breve disputa entre un sueco que llevaba guantes de<br />
piel de cerdo de color púrpura y un joven profesor de la Real Academia. Y su retrato<br />
de Lili durmiendo en un sofá se vendió por más de doscientas cincuenta coronas; no<br />
era tanto como se pagaba por los cuadros de Einar, pero, aun así, percibía mucho más<br />
de lo que había cobrado hasta entonces.<br />
—Debo ver a Lili a diario —le dijo Greta a Einar.<br />
Necesitaba cada vez más a menudo la presencia de Lili. Greta siempre había<br />
madrugado mucho, ya estaba en pie antes del primer aviso del ferry o de los primeros<br />
ruidos de la calle. Aquel otoño hubo mañanas en las que se despertó antes incluso,<br />
cuando el apartamento todavía estaba tan oscuro que no podía ver lo que había a su<br />
alrededor. Se sentaba en la cama, con Einar, todavía dormido, a su lado y Eduardo IV<br />
a sus pies. Estaba todavía medio atrapada en las garras del sueño y se preguntaba,<br />
mirando en derredor: «Pero ¿dónde está Lili?» Y luego, enseguida, saltaba de la cama<br />
y se ponía a buscarla por el apartamento. ¿Dónde podía haberse metido Lili?, seguía<br />
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