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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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Justo en ese momento, un súbito impulso hizo que Lili alargara la mano para<br />

coger el bolso. Sólo encontró el vacío respaldo de hierro de la silla.<br />

—Me han robado el bolso —dijo en voz tan baja que Hans levantó la frente y se<br />

la quedó mirando.<br />

—¿Cómo dices?<br />

—Me han robado el bolso —repitió Lili.<br />

—¡Los gitanos! —exclamó Hans levantándose de un salto.<br />

El café estaba en una placita en la que convergían seis callejas, Hans echó a correr<br />

por una de ellas, hasta que se dio cuenta de que allí no había gitanos, luego fue por<br />

otra, con el rostro enrojecido.<br />

—Vamos a la policía —acabó por decir, y dejó unos francos sobre la mesa.<br />

Advirtió a otra mujer que había allí, cuyo bolso de cuerda colgaba del respaldo de<br />

su silla. Cogió a Lili de la mano. Debió de notar que estaba muy pálida, porque la<br />

besó suavemente en una mejilla.<br />

Lo único que llevaba Lili en su bolso era un poco de dinero y una barra de labios.<br />

Era de Greta, de cuero de cabrito, con asas grandes. Aparte de la barra de labios, unos<br />

pocos vestidos, dos pares de zapatos, sus camisolas y algo de ropa interior, no tenía<br />

nada. Estaba libre de posesiones, y esto era parte del atractivo de los primeros días de<br />

la vida de Lili, que podía ir y venir como quisiera, sin que nada pudiese preocuparla<br />

más que el viento que la acariciaba.<br />

<strong>La</strong> comisaría de policía estaba en una plaza cuyo centro tenía un jardincillo en el<br />

que crecían naranjos. El sol vespertino se reflejaba en sus ventanas delanteras, y Lili<br />

oía el ruido que hacían los tenderos al cerrar sus establecimientos. Se dio cuenta de<br />

que con el bolso habían desaparecido también sus gafas de sol, una curiosa montura<br />

de lentes de quita y pon que el padre de Greta le había enviado desde California.<br />

Greta se enfadaría si los perdía, y la acusaría de no haber prestado atención a la gente<br />

que pasaba junto a ella. Justo entonces, precisamente cuando llegaban a la entrada de<br />

la comisaría, donde una familia de gatos abandonados se revolcaba al sol, Lili se dio<br />

cuenta de que no podía denunciar el robo del bolso. Se paró en seco.<br />

No tenía documentación, no tenía pasaporte. ¿Cómo no se le había ocurrido<br />

nunca a ella, ni a nadie, pensar en eso? Por no tener, no tenía ni siquiera apellido.<br />

—Mejor será dejarlo —dijo—, era un bolso viejo, no valía nada.<br />

—Pues entonces te quedarás sin él.<br />

—Pero es que no vale la pena —dijo ella—, y Greta me está esperando. Acabo de<br />

darme cuenta de que voy a llegar tarde. Estoy segura de que me está esperando.<br />

Quería pintar esta tarde.<br />

—Se hará cargo.<br />

—Hay algo que me dice que quiere verme cuanto antes —dijo Lili—. Tengo una<br />

sensación muy rara de que es así.<br />

—Venga, entremos —dijo Hans, que cogió a Lili por la muñeca y tiró de ella<br />

haciéndole subir el primer peldaño. Todavía se sentía juguetón, de una manera más<br />

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