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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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confusa, por lo que se limitó a decir:<br />

—<strong>La</strong> verdad es que hay veces en las que no sé lo que me pasa.<br />

En otra excursión de un día, Hans llevó a Lili en coche a Niza para comprar<br />

cuadros en los tenderetes de antigüedades.<br />

—¿Por qué no quiere Greta venir con nosotros? —le preguntó.<br />

—Es que está demasiado ocupada pintando, supongo —le respondió Lili—. No<br />

conozco a nadie que trabaje tanto como ella. Trabaja más que Einar. Un día acabará<br />

siendo famosa, ya verás.<br />

Lili sentía los ojos de Hans fijos en ella mientras hablaba, y le pareció curioso que<br />

un hombre como él prestase tanta atención a sus opiniones. En uno de los tenderetes,<br />

cuya propietaria tenía bozo en la barbilla, Lili encontró un retrato ovalado de los que<br />

suelen ponerse en los nichos de los cementerios; representaba a un joven cuyas<br />

mejillas eran de un color muy curioso, y tenía los ojos cerrados. Lo compró por<br />

quince francos, y Hans, inmediatamente, se lo compró a su vez a ella por treinta.<br />

Entonces le preguntó:<br />

—¿Te sientes bien hoy?<br />

Todos los días, antes de salir con Hans, Lili posaba para Greta en el sofá. Cogía<br />

un libro sobre pájaros de Francia, o se ponía a Eduardo IV en el regazo, porque si<br />

tenía las manos vacías se le agitaban nerviosamente. Excepto por el ruido que llegaba<br />

de las calles, el apartamento estaba silencioso, y el tictac del reloj de la repisa era tan<br />

débil que, una vez por lo menos cada tarde, Lili sentía la necesidad de levantarse para<br />

cerciorarse de que tenía cuerda. Y entonces se asomaba a la baranda de la terraza a<br />

esperar que Hans acudiese a la cita. Éste había cogido la costumbre de gritar desde la<br />

terraza:<br />

—¡Lili, venga, date prisa, baja!<br />

Y ella, entonces, bajaba corriendo los siete tramos de escalera de azulejos,<br />

demasiado impaciente para esperar a que subiese el ascensor.<br />

Pero, antes de que llegase Hans, Greta solía dar una palmada y decir:<br />

—¡Eso es! ¡Mantén la cara así, esto es justo lo que quería! Lili esperando.<br />

Esperando a Hans.<br />

Un día, Lili y Hans estaban en la terraza de un café al pie de los escalones de<br />

Saint Michel. Cinco o seis niños gitanos muy sucios fueron a su mesa a venderles<br />

tarjetas postales, fotos de las playas de la Côte coloreadas a mano. Hans compró una<br />

colección de ellas para Lili.<br />

El aire era espeso, y el sol quemaba a Lili en el cuello. <strong>La</strong> cerveza se estaba<br />

volviendo pardusca en su vaso. Aquella semana de salir todas las tardes con Hans<br />

había hecho que Lili se llenara de nuevas expectativas, y se preguntaba qué pensaría<br />

de ella. Habían paseado juntos y la había cogido del brazo. Hans, el de la risita<br />

irónica y las holgadas camisas de hilo, el de la piel atezada cada vez más oscura a<br />

causa del sol de agosto, el antaño apodado Valnød, había conocido a Lili sin<br />

reconocer en ella a Einar. Hans no veía a Einar desde que ambos eran muchachos. Era<br />

www.lectulandia.com - Página 78

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