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Greta llevó a Lili, que todavía tenía en las manos los paquetes de jabón y aceite<br />
de naranja, hacia el sofá. <strong>La</strong> puso allí de modo que estuviese apoyada contra los<br />
almohadones y con los dedos abiertos en abanico sobre la cabeza, mirando hacia el<br />
biombo chino.<br />
—Estoy cansada —dijo Lili.<br />
—Pues duérmete —contestó Greta, cuya bata de pintar estaba manchada de rosas<br />
y platas—, descansa la cabeza sobre el brazo. Yo voy a seguir pintando un poco más.<br />
<strong>La</strong> tarde siguiente, Hans recogió a Lili a la puerta del apartamento. Como la vez<br />
anterior, fueron dando un paseo por las calles angostas que se esparcían en torno a la<br />
colina de Saint Michel, y luego bajaron al puerto, donde contemplaron a dos<br />
pescadores que estaban seleccionando una redada de erizos de mar. A fines de agosto<br />
hacía mucho calor en Menton, y el aire era húmedo e inmóvil. Lili pensó que hacía<br />
mucho más calor allí que el año anterior en Copenhague. Y como nunca había tenido<br />
que sufrir tal calor —aquél, después de todo, era el primer verano que pasaba fuera de<br />
Dinamarca—, encontraba el tiempo agotador. Sentía que la bata que llevaba puesta se<br />
le pegaba a la espalda. Estaba al lado de Hans, mirando la red cargada de erizos. Sus<br />
cuerpos estaban tan juntos, que creyó sentir su mano sobre su brazo, que ardía al sol.<br />
¿Era su mano, o alguna otra cosa? ¿Una simple brisa cálida, quizá?<br />
Dos niños gitanos, un chico y una <strong>chica</strong>, se les acercaron y trataron de venderles<br />
un pequeño elefante tallado.<br />
—Marfil auténtico —decían señalando los colmillos del elefante—, una ganga<br />
para ustedes.<br />
Los niños eran pequeños y tenían círculos oscuros en torno a los ojos, y miraban a<br />
Lili de una forma que la hacía sentirse en peligro.<br />
—Vámonos —le dijo a Hans, que apoyó una mano en su espalda para apartarla de<br />
allí—, me parece que tengo que echarme un poco.<br />
Pero cuando Lili volvió a casa, Greta estaba esperándola. <strong>La</strong> hizo sentarse muy<br />
tiesa en el sofá, delante del caballete.<br />
—Estate quieta, todavía no he terminado —le dijo.<br />
Al día siguiente, Hans llevó a Lili a la cornisa de Villefranche. Su coche, un Targa<br />
Florio de ruedas radiales, hacía saltar la gravilla al agua.<br />
—¡<strong>La</strong> próxima vez hazme el favor de no dejar a Einar en Dinamarca! —le gritó;<br />
su voz era la misma de cuando era un muchacho—. ¡Hasta el pobre Einar tiene<br />
derecho a unas vacaciones!<br />
El viento cálido azotaba el rostro de Lili, que a la caída de la tarde se sintió de<br />
nuevo mareada. Hans tuvo que pedir una habitación en el Hôtel de l’Univers para que<br />
la pobre pudiese descansar un rato.<br />
—Te espero abajo tomando café y un anisete —le dijo echándose para atrás el<br />
sombrero.<br />
Más tarde, cuando Lili bajó del cuarto, encontró a Hans en el Restaurant de la<br />
Régence, al lado del vestíbulo del hotel. Acababa de despertarse y se sentía aún<br />
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