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orina, vestida con una bata de andar por casa y en compañía de Hans.<br />
—¿Y tú por qué no te has casado? —preguntó él a su vez—. Parece que una <strong>chica</strong><br />
como tú debería estar casada, y a la cabeza de un caladero.<br />
—No me apetece nada ponerme a la cabeza de un caladero —Lili levantó la vista<br />
al cielo. Qué liso e inmenso parecía, sin una nube, aunque no era tan azul como el de<br />
Dinamarca. Sobre Lili y Hans lucía el sol—. Todavía tiene que pasar un tiempo para<br />
que me sienta dispuesta a casarme. Pero quiero hacerlo en su momento.<br />
Hans se paró delante de una tienda cuyo mostrador daba a la calle y compró a Lili<br />
una botella de aceite de naranja.<br />
—Pues no creas que te queda tanto tiempo, después de todo —le dijo—.<br />
¿Cuántos años tienes?<br />
¿Cuántos años tenía Lili? Era más joven que Einar, que ya casi tenía treinta y<br />
cinco. Cuando Lili apareció en escena y Einar se retiró, se perdieron años: años que<br />
habían arrugado la frente y hundido los hombros de Einar, años que lo habían sumido<br />
en silenciosa resignación. En Lili, en cambio, lo primero que se notaba era su fresca y<br />
juvenil elasticidad. Y lo segundo su curiosidad, expresada con voz muy suave. En<br />
cuanto a lo tercero, como Greta misma solía decir, era su olor: un olor de <strong>chica</strong> que<br />
todavía no se ha amargado.<br />
—Pues…<br />
—<strong>La</strong> verdad, no pareces de esas <strong>chica</strong>s que tienen reparos a la hora de decir su<br />
edad —dijo Hans.<br />
—No lo soy —respondió Lili—. Tengo veinticuatro años.<br />
Hans asintió. Éste era el primer dato que Lili inventaba acerca de sí misma, y<br />
pensó que se sentiría culpable por haber mentido. Pero no, todo lo contrario, se sintió<br />
un poco más libre, como si hubiese, por fin, admitido una verdad incómoda. Lili tenía<br />
veinticuatro años, ciertamente no era tan mayor como Einar. De haberse atribuido la<br />
edad de éste, Hans, sin duda, habría pensado que era una extraña farsante.<br />
Hans pagó al dependiente. <strong>La</strong> botella era cuadrada y parda, y el corcho no era<br />
mayor que la punta del dedo meñique de Lili. Ésta trató de sacarlo, pero sin<br />
conseguirlo.<br />
—¿Me ayudas? —le dijo a Hans.<br />
—No eres tan torpe, <strong>chica</strong> —le respondió—, anda, prueba otra vez.<br />
Y Lili probó, y esta vez el pequeño corcho saltó y el aroma a naranja se elevó<br />
hasta su nariz y le hizo pensar en Greta.<br />
—¿Cómo es que no te recuerdo de cuando era niño? —le preguntó Hans.<br />
—Es que te fuiste de Bluetooth cuando era muy pequeña.<br />
—Sí, me imagino que ésa es la razón. Pero Einar nunca me dijo que tenía una<br />
primita pequeña tan bonita.<br />
Cuando Lili volvió al apartamento, encontró a Greta todavía en el cuarto de estar.<br />
—Deseaba que volvieras —le dijo—. Es que quiero pintar un poco más esta<br />
noche.<br />
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