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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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Einar notó que el rostro de Greta se iba encendiendo de deseo.<br />

—Sigue, sigue —le dijo su esposa acercándose a él.<br />

Pero a Einar le faltaba aire a causa de lo desvalido y avergonzado que se sentía, y<br />

cruzó los huesudos brazos sobre su torso con las manos abiertas igual que hojas de<br />

parra. Greta se dio cuenta al fin de la situación que había creado, porque se fue del<br />

baño tras decirle:<br />

—Perdona, lo siento, debí llamar.<br />

Ahora Einar se desnudó de espaldas al espejo. En el cajón de la mesita de noche<br />

había un rollo de esparadrapo y tijeras. El esparadrapo estaba pegajoso y tenía la<br />

misma textura que un lienzo. Einar estiró un trozo y lo cortó en cinco partes. Pegó<br />

cada pedazo de esparadrapo por una punta en el borde de los pies de la cama, y luego,<br />

con los ojos cerrados y sintiendo que se deslizaba por el túnel de su alma, tiró hacia<br />

atrás de su pene y lo acomodó, pegándolo con el esparadrapo, hacia la parte posterior<br />

del escroto, en el hueco que se abría entre sus piernas.<br />

<strong>La</strong> ropa interior estaba hecha con un tejido elástico que Einar estaba convencido<br />

de que era un invento norteamericano.<br />

—No vale la pena gastar dinero en seda para cosas que sólo te vas a poner una o<br />

dos veces —había dicho Greta, al darle el paquete, y Einar se sintió demasiado<br />

violento para discutir.<br />

<strong>La</strong> braga pantalón era plateada como la concha de las orejas de mar del biombo.<br />

El liguero era de algodón, bordeado de un encaje que parecía de papel. Tenía ocho<br />

ganchos de latón para sujetar las medias, mecanismo éste que Einar encontraba<br />

fascinadoramente complicado. Cuando los huesos de aguacate comenzaron a pudrirse<br />

en sus pañuelos de seda, Einar se acostumbró a utilizar como postizos esponjas<br />

marinas del Mediterráneo que colocaba en los someros huecos de la camisola.<br />

Y, finalmente, se puso la bata.<br />

Empezaba a pensar en la caja de maquillaje como si fuera una de sus paletas.<br />

Pinceladas en la frente. Pequeños retoques en los párpados. Mezcla de colores en las<br />

mejillas. Era justo como un cuadro, como el pincel que transforma el lienzo virgen en<br />

un paisaje invernal del Kattegat.<br />

<strong>La</strong>s ropas y el maquillaje eran importantes, pero la verdadera transformación<br />

estaba en el descenso por aquel túnel interior tocando una especie de campanilla de<br />

cristal para despertar a Lili. A ella siempre le había gustado el tintineo del cristal. Y<br />

culminaba la transformación, la subida por el túnel, tirando de su húmeda mano y<br />

asegurándole que el ruidoso y brillante mundo que la esperaba a la salida era suyo,<br />

todo suyo.<br />

Einar se sentó en la cama. Cerró los ojos. <strong>La</strong> calle estaba llena de las explosiones<br />

de los tubos de escape de los coches, que sonaban como disparos de rifle. El viento<br />

resonaba contra las puertas de las terrazas. Detrás de sus párpados Einar veía luces de<br />

colores estallando sobre el fondo negro, como los fuegos artificiales del sábado<br />

anterior sobre el puerto de Menton. Oía el lento latir de su corazón. Sentía el<br />

www.lectulandia.com - Página 74

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