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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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—¡Al diablo!<br />

Su voz sonaba como los suaves cuartos de hora en un reloj de sobremesa.<br />

Cuando fue a verla, Greta estaba sentada en un taburete. Había trazado varias<br />

sombras azules a lo largo del borde de su lienzo. En el regazo tenía su cuaderno de<br />

apuntes, lleno de manchas y de carboncillo. Eduardo IV estaba hecho un ovillo a sus<br />

pies. Greta levantó la vista; su rostro estaba casi tan blanco como el pelaje de<br />

Eduardo IV.<br />

—Quiero pintar a Lili —dijo.<br />

—Vendrá más tarde —respondió Einar—. No tiene que verse con Hans hasta las<br />

cuatro. ¿Te viene bien después?<br />

—Haz el favor de ir por ella. —Greta hablaba sin mirarle, con la voz más baja<br />

que de costumbre.<br />

Einar sintió por un momento el impulso de enfrentarse con su mujer. Él tenía su<br />

propio cuadro que terminar. Había pensado llamar a Lili por la tarde, y así podría<br />

dedicar la mañana a pintar, una actividad que últimamente había tenido muy<br />

abandonada, y también ir a comprar comestibles al mercado al aire libre. Pero ahora<br />

Greta quería que apareciese Lili, sin importarle lo que él pensase. Quería que se<br />

sacrificara dejando de pintar para que ella pudiese hacerlo. Y no le apetecía. En aquel<br />

momento no sentía ansias de Lili, y le daba la impresión de que Greta estaba<br />

obligándole a elegir.<br />

—Podrías pasar una hora con ella —propuso— antes de que vea a Hans.<br />

—Einar —dijo Greta—, por favor…<br />

Varias de las batas de andar por casa colgaban ahora en el armario empotrado del<br />

dormitorio. Greta decía que eran feas, que su estilo era más bien para nodrizas; Einar,<br />

en cambio, las encontraba agradables y bonitas, y pensaba que a cualquier mujer, por<br />

corriente que fuese, le sentarían muy bien. Eligió entre ellas, tocando con los dedos<br />

los pequeños cuellos almidonados. <strong>La</strong> que tenía un diseño de peonías era un poco<br />

diáfana; la de ranas era demasiado grande para él en la parte del pecho y además<br />

estaba manchada. Era una mañana calurosa, y se secó con la manga el sudor del<br />

labio. Estaba como si tuviera el alma atrapada en una jaula de hierro: sentía el<br />

corazón latirle contra las costillas, y Lili se agitaba en su interior, despertándose y<br />

frotando su costado contra los barrotes del cuerpo de Einar.<br />

Escogió una bata. Era blanca con conchas rosadas. El dobladillo le llegaba a la<br />

pantorrilla. El blanco y el rosa hacían un bonito contraste sobre su pierna, que ahora<br />

estaba atezada con tanto sol francés.<br />

<strong>La</strong> cerradura no estaba echada. Einar pensó si debería cerrar la puerta con llave,<br />

pero sabía que Greta no entraría sin llamar antes. En una ocasión, cuando hacía poco<br />

que se habían casado, Greta entró sin llamar en el baño y sorprendió a Einar cantando<br />

una canción popular: «Érase una vez un viejo que vivía en un pantano…» <strong>La</strong> cosa, en<br />

sí, no tenía la menor importancia, eso bien lo sabía Einar: una joven esposa que<br />

sorprende a su marido cantando tan tranquilo mientras se baña. Desde la bañera,<br />

www.lectulandia.com - Página 73

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