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transformándose de nuevo en Lili, Greta deshizo por completo la cama. Cogió la<br />
sábana, que olía a Einar y a Lili, y a café, la sacó a la terraza, donde la colgó de la<br />
baranda, y aplicó una cerilla a uno de sus extremos. Algo en ella quería quemar<br />
aquella sábana, y ésta no tardó en agitarse entre llamas. Greta observó los pedazos<br />
encendidos separarse del resto de la sábana mientras pensaba en Teddy y en Einar.<br />
Trozos de sábana, exhalando un humo fino y negro, revoloteaban sobre la terraza,<br />
alzándose y descendiendo delicadamente al compás de la brisa estival y aterrizando<br />
entre las hojas cerosas de los limoneros y los naranjos del parque. En la calle, una<br />
mujer gritó algo a Greta, pero ésta no le hizo caso, y cerró los ojos.<br />
Greta no le había dicho nada a Einar sobre el incendio que hubo en el estudio de<br />
alfarero de Teddy en Colorado Street. En la parte delantera había una chimenea poco<br />
profunda decorada con azulejos de estilo misionero de Teddy. Un día de enero,<br />
poseída de un súbito afán de limpieza, Greta atiborró la chimenea con guirnaldas de<br />
Navidad, sin fijarse en que había allí un fuego de rescoldos. Enseguida comenzó a<br />
subir un humo blanco y espeso entre el verde frágil. Luego se oyeron chasquidos y<br />
crujidos, penetrantes como perdigonadas, que indujeron a Teddy a acudir desde su<br />
taller, que estaba en la parte trasera. Se quedó quieto, en el vano de la puerta doble, y<br />
Greta pudo leer en su rostro esta pregunta: «Pero ¿qué estás haciendo?» Juntos<br />
observaron la llama que salía de la guirnalda humeante, hasta que otra llama más<br />
salió disparada, como un brazo, y prendió fuego a la mecedora de mimbre.<br />
Casi instantáneamente la habitación entera estaba ardiendo. Teddy sacó a Greta<br />
de la casa de Colorado Street. Llevaban en la acera sólo unos segundos cuando los<br />
puños de las llamas salieron a través de las lunas gemelas que cubrían las dos<br />
ventanas delanteras. Greta y Teddy se metieron en la calzada, en medio del tráfico;<br />
los conductores los miraban con sonrisitas sorprendidas y aminoraban la marcha,<br />
mientras los caballos se echaban para atrás violentamente, tratando de alejarse del<br />
edificio incendiado.<br />
Todo lo que a Greta se le ocurría decir en aquel momento, sonaba despreciable.<br />
Pedir excusas habría sido vacío, se dijo y se repitió una y otra vez para sus adentros,<br />
mientras las llamas se levantaban, cada vez más altas, más altas que las farolas, y que<br />
los hilos del teléfono, que normalmente cedían bajo el peso de los pajaritos. ¡Qué<br />
espantoso aspecto tenía aquello! Y, sin embargo, lo único que se le ocurría decir a<br />
Greta era: «Pero, Dios mío, ¡qué he hecho!»<br />
—Siempre puedo volver a empezar —dijo Teddy.<br />
Dentro de la casa, cientos de azulejos, jarrones y vasijas de todo tipo se deshacían<br />
entre crujidos y chasquidos y reventones en pedacitos negros de nada, y con ellos<br />
desaparecían sus dos hornos de alfarero y su archivador, lleno de encargos y pedidos;<br />
en una palabra, toda su vida profesional, hecha por él mismo a pulso, desaparecía<br />
también, pasto de las llamas. Atascada todavía en la boca de Greta había una vacía<br />
excusa. Parecía pegada a su lengua, como uno de esos cubitos de hielo que no acaban<br />
de fundirse. Durante varios minutos, Greta se sintió incapaz de decir nada; por fin,<br />
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