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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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sus húmedos ojos pardos, era capaz de agitar en el pecho de los daneses jóvenes. Un<br />

día Greta le hizo una foto a Lili a la puerta del palacio de Rosenborg, y el elegante<br />

edificio de ladrillo, al servir de fondo a Lili, pareció adoptar de pronto un aspecto<br />

confuso y vagamente amenazador. Otro día Lili paró a Greta ante el teatro de<br />

marionetas y se sentó allí, entre los niños, con el rostro igual de intrigado y las<br />

piernas igual de retozonas que las de ellos.<br />

—¿Greta? —repitió Einar. Estaba apoyado contra el perchero de batas de<br />

muestra.<br />

El biombo chino seguía caído contra el sofá. Einar volvió a llamarla:<br />

—¿Greta? Dime, ¿no te importa que venga Lili a visitarnos?<br />

Greta comenzó a levantar el biombo. Desde que estaban en Francia no había<br />

pintado nada. No había visto allí a nadie que le interesara hasta el punto de pedirle<br />

que posase para un retrato. El tiempo era pesado y húmedo, lo que impedía a la<br />

pintura secarse rápidamente sobre el lienzo. Durante el verano Greta había<br />

comenzado a cambiar de estilo, usando colores cada vez más brillantes, sobre todo<br />

rosas y amarillos y oros, y líneas más planas y a una escala mayor. Para Greta ésta era<br />

una manera nueva de pintar, y ahora le costaba más empezar desde cero sobre el<br />

lienzo blanco. Casi nunca se sentía segura de sus cuadros. Sus obras más recientes,<br />

con su matiz de alegría, enorme y apastelado, requerían en ella una sensación íntima<br />

de éxtasis, de embeleso. Y nada en este mundo la hacía más feliz que pintar a Lili.<br />

Greta estaba pensando pintar un retrato de Lili de tamaño natural, en la terraza del<br />

apartamento, con el pelo y la bata de andar por casa levantados por la brisa y con el<br />

estampado de rosas difuminado y la expresión exacta que tenía en aquel momento el<br />

rostro de su marido: cálida y anhelante, la piel tensa y roja y como a punto de<br />

reventar.<br />

Greta y Lili iban dando un paseo a L’Orchidée, en el quai Bonaparte. El restaurante<br />

era famoso por sus calamares en su tinta, o eso, al menos, les había asegurado Hans<br />

en una carta, y se lo había propuesto como lugar de cita. <strong>La</strong>s tiendas estaban ya<br />

cerradas. Sobre la acera se veían pequeños sacos llenos de la basura del día. Los<br />

adoquines estaban sueltos, marcados por los neumáticos de los coches.<br />

Greta tenía en el bolsillo la carta de Hans y su anillo de boda la rozaba mientras<br />

ella y Lili iban ya por la calle Saint Michel hacia el puerto. A Greta le parecía que la<br />

costumbre <strong>danesa</strong> de llevar la alianza en la mano derecha era muy bonita. Cuando<br />

volvió a Dinamarca, después de enviudar, se había jurado que nunca se quitaría el<br />

ancho anillo de oro acanalado y labrado que le había dado Teddy. Pero luego Einar le<br />

dio otro: un sencillo aro de oro, y ella no se decidía a quitarse el anillo de Teddy,<br />

porque recordaba el momento en que éste se lo había dado, hurgándose torponamente<br />

en los bolsillos hasta dar con la cajita de terciopelo negro. Al fin, decidió que lo<br />

mejor era dejar el anillo de Teddy en el dedo de la mano izquierda, de modo que<br />

www.lectulandia.com - Página 65

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