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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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—Me molesta sobremanera pensar así —decía ella a veces, con las mejillas tensas<br />

de una envidia que no podía desechar calificándola de mezquina.<br />

Uno de sus cuadros, sin embargo, había despertado cierto interés. Era un tríptico,<br />

pintado sobre tablas unidas entre sí con bisagras. Greta lo había comenzado el día<br />

después del Baile de los Artistas, y representaba tres versiones de una cabeza de<br />

muchacha en tamaño natural: una <strong>chica</strong> absorta en sus pensamientos, con los<br />

párpados rojos y cansados; una <strong>chica</strong> atemorizada, con las mejillas hundidas; y una<br />

<strong>chica</strong> muy excitada, con la cabellera desbordándosele de la cinta y los labios<br />

humedecidos. Greta lo había pintado con un pincel muy fino, de pelo de conejo, y al<br />

temple, lo que daba a la piel de la <strong>chica</strong> una extraña transparencia, un relucir de<br />

gusano de luz. Decidió no lacar aquel cuadro. En pie delante de él, uno o dos de los<br />

críticos se habían decidido a sacar sus lápices de los bolsillos delanteros de sus<br />

chaquetas. El corazón de Greta comenzó a latir contra sus costillas al oír las minas de<br />

los lapiceros raspar la superficie de los cuadernitos de notas. Uno de los críticos<br />

carraspeó; otro, un francés que tenía una verruguita en el extremo del párpado,<br />

preguntó a Greta:<br />

—¿Éste también es suyo?<br />

Pero el cuadro, que se titulaba: Lili tres veces, no fue suficiente para salvar la<br />

exposición. Rasmussen, un hombre bajo que acababa de estar en Nueva York<br />

intercambiando cuadros de Hammersøi y Krøyer por acciones en empresas<br />

siderúrgicas de Pennsylvania, embaló los cuadros de Greta para devolvérselos.<br />

—Me quedo en consignación con el de la <strong>chica</strong> —le dijo, y lo anotó en sus libros<br />

de cuentas.<br />

Pasaron varias semanas hasta que llegó a la galería de Rasmussen un recorte de<br />

un artículo publicado en una revista de París. El artículo era un resumen de arte<br />

moderno escandinavo; entre párrafos sobre los pintores de más talento de Dinamarca,<br />

podía leerse una breve mención —que la mayor parte de la gente ni siquiera vio— de<br />

Greta: «Imaginación salvaje y rapsódica», decía de su pintura; «su cuadro de una<br />

<strong>chica</strong> llamada Lili sería aterrador de no ser tan bello». Y nada más. Era tan escueta la<br />

mención como es habitual en ese tipo de resúmenes. Rasmussen envió el recorte a<br />

Greta, que lo leyó con una mezcla de sentimientos que no supo luego expresar a<br />

nadie: para ella, más sorprendente incluso que el elogio era la ausencia del nombre de<br />

Einar en todo el artículo. El arte danés se resumía en aquellas líneas, pero el nombre<br />

de Einar no aparecía en ninguna de ellas. Guardó el recorte en un cajón del armario<br />

ropero de fresno, debajo de las fotos de color sepia de Teddy y de las cartas de su<br />

padre, desde Pasadena, en las que hablaba de la cosecha de naranjas, las cacerías de<br />

coyotes y la sociedad de pintoras de Santa Monica de la que Greta podría hacerse<br />

socia si alguna vez se decidía a irse de Dinamarca. Greta se dijo que no enseñaría<br />

jamás aquel artículo a Einar. Era suyo; las únicas palabras de elogio eran para ella.<br />

Una vez más, no sintió necesidad de compartir.<br />

Pero Greta no podía limitarse a leer el artículo y guardarlo para siempre en un<br />

www.lectulandia.com - Página 57

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