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—Me molesta sobremanera pensar así —decía ella a veces, con las mejillas tensas<br />
de una envidia que no podía desechar calificándola de mezquina.<br />
Uno de sus cuadros, sin embargo, había despertado cierto interés. Era un tríptico,<br />
pintado sobre tablas unidas entre sí con bisagras. Greta lo había comenzado el día<br />
después del Baile de los Artistas, y representaba tres versiones de una cabeza de<br />
muchacha en tamaño natural: una <strong>chica</strong> absorta en sus pensamientos, con los<br />
párpados rojos y cansados; una <strong>chica</strong> atemorizada, con las mejillas hundidas; y una<br />
<strong>chica</strong> muy excitada, con la cabellera desbordándosele de la cinta y los labios<br />
humedecidos. Greta lo había pintado con un pincel muy fino, de pelo de conejo, y al<br />
temple, lo que daba a la piel de la <strong>chica</strong> una extraña transparencia, un relucir de<br />
gusano de luz. Decidió no lacar aquel cuadro. En pie delante de él, uno o dos de los<br />
críticos se habían decidido a sacar sus lápices de los bolsillos delanteros de sus<br />
chaquetas. El corazón de Greta comenzó a latir contra sus costillas al oír las minas de<br />
los lapiceros raspar la superficie de los cuadernitos de notas. Uno de los críticos<br />
carraspeó; otro, un francés que tenía una verruguita en el extremo del párpado,<br />
preguntó a Greta:<br />
—¿Éste también es suyo?<br />
Pero el cuadro, que se titulaba: Lili tres veces, no fue suficiente para salvar la<br />
exposición. Rasmussen, un hombre bajo que acababa de estar en Nueva York<br />
intercambiando cuadros de Hammersøi y Krøyer por acciones en empresas<br />
siderúrgicas de Pennsylvania, embaló los cuadros de Greta para devolvérselos.<br />
—Me quedo en consignación con el de la <strong>chica</strong> —le dijo, y lo anotó en sus libros<br />
de cuentas.<br />
Pasaron varias semanas hasta que llegó a la galería de Rasmussen un recorte de<br />
un artículo publicado en una revista de París. El artículo era un resumen de arte<br />
moderno escandinavo; entre párrafos sobre los pintores de más talento de Dinamarca,<br />
podía leerse una breve mención —que la mayor parte de la gente ni siquiera vio— de<br />
Greta: «Imaginación salvaje y rapsódica», decía de su pintura; «su cuadro de una<br />
<strong>chica</strong> llamada Lili sería aterrador de no ser tan bello». Y nada más. Era tan escueta la<br />
mención como es habitual en ese tipo de resúmenes. Rasmussen envió el recorte a<br />
Greta, que lo leyó con una mezcla de sentimientos que no supo luego expresar a<br />
nadie: para ella, más sorprendente incluso que el elogio era la ausencia del nombre de<br />
Einar en todo el artículo. El arte danés se resumía en aquellas líneas, pero el nombre<br />
de Einar no aparecía en ninguna de ellas. Guardó el recorte en un cajón del armario<br />
ropero de fresno, debajo de las fotos de color sepia de Teddy y de las cartas de su<br />
padre, desde Pasadena, en las que hablaba de la cosecha de naranjas, las cacerías de<br />
coyotes y la sociedad de pintoras de Santa Monica de la que Greta podría hacerse<br />
socia si alguna vez se decidía a irse de Dinamarca. Greta se dijo que no enseñaría<br />
jamás aquel artículo a Einar. Era suyo; las únicas palabras de elogio eran para ella.<br />
Una vez más, no sintió necesidad de compartir.<br />
Pero Greta no podía limitarse a leer el artículo y guardarlo para siempre en un<br />
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