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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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Greta. Ésta nunca se la había hecho a sí misma hasta entonces, porque, sexualmente,<br />

Einar siempre había sido desgarbado y sin iniciativa. Le parecía imposible que Einar<br />

hubiese tenido jamás tan extraño anhelo. Aparte de que, sin la ayuda de Greta, no<br />

habría encontrado a Lili.<br />

—¿Es Henrik el primero? —preguntó Greta—. Quiero decir si es el primero que<br />

te besa.<br />

Lili lo pensó, frunciendo la frente. A través de las tablas del suelo llegaba la<br />

aguardentosa voz del marinero, que gritaba:<br />

—¡No me mientas! ¡Me doy cuenta de que me mientes!<br />

—En Bluetooth —comenzó Lili— había un chico que se llamaba Hans.<br />

Era la primera vez que Greta oía el nombre de Hans. Lili se puso a hablar de él<br />

extáticamente, con los dedos de ambas manos muy juntos y muy altos. Parecía en<br />

trance mientras le contaba a Greta las tretas de Hans para encaramarse al viejo roble,<br />

y describía su vocecita, que era como de guijarros que entrechocan, y hablaba de la<br />

cometa en forma de submarino que un día desapareció en el pantano.<br />

—¿Y no has vuelto a saber nada de él desde entonces? —preguntó Greta.<br />

—Tengo entendido que se fue a vivir a París —dijo Lili, volviendo a su ganchillo<br />

—. Es marchante, pero eso es lo único que sé de él. Se dedica a vender cuadros a<br />

norteamericanos.<br />

Y, sin más, se levantó y se fue a su cuarto, donde Eduardo IV gruñía en sueños, y<br />

cerró la puerta. Una hora después, cuando Einar volvió a salir de allí, fue como si Lili<br />

nunca hubiera estado en el apartamento. Aparte del olor a menta y leche, fue como si<br />

Lili nunca hubiera existido.<br />

A las dos semanas o así de la inauguración de la exposición, todavía no se había<br />

vendido una sola de las pinturas de Greta. Y ya no podía echar la culpa a la situación<br />

económica, pues la Gran Guerra había terminado siete años antes y la economía<br />

<strong>danesa</strong> estaba en pleno período de crecimiento y especulación, con algún que otro<br />

altibajo. Así y todo, el fracaso de su exposición no la sorprendió. Desde que se casó,<br />

la reputación de su marido había sobrepasado siempre la suya. Los cuadritos oscuros<br />

de pantanos y tormentas de Einar —que, en realidad, no eran otra cosa que pintura<br />

gris sobre pintura negra— costaban más y más coronas cada año que pasaba. Y, entre<br />

tanto, Greta no vendía otra cosa que monótonos encargos que le hacían serios<br />

directores de empresa siempre reacios a sonreír, por poco que fuese. Los retratos más<br />

personales que pintaba, como, por ejemplo, el de Anna, o el de la mujer ciega que se<br />

sentaba a la entrada del Tívoli, y, ahora, el de Lili, pasaban inadvertidos. Al fin y al<br />

cabo, ¿a quién iba a ocurrírsele comprar cuadros de Greta antes que los de Einar, los<br />

cuadros de la brillante, audaz norteamericana antes que los del sutil, íntimo danés?<br />

¿Qué crítico se atrevería a elogiar el estilo de Greta por encima del de Einar en un<br />

país como Dinamarca, donde los estilos pictóricos decimonónicos pasaban todavía<br />

por ser innovadores y cuestionables? Eso era, al menos, lo que pensaba Greta; e<br />

incluso Einar, cuando lo presionaba, admitía que era posible que fuese así.<br />

www.lectulandia.com - Página 56

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