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andeja de plata. Guió personalmente a los críticos por la exposición, pero los<br />
cuadernitos de notas de éstos siguieron impolutos, desconcertantemente en blanco.<br />
—Ésta es Anna Fonsmark, ya la conoce, la mezzo-soprano —decía Greta—. ¡No<br />
saben lo que me costó convencerla de que posase para mí!<br />
O bien:<br />
—Este señor es el peletero del rey. ¿Se han fijado en la corona de visones que hay<br />
en ese ángulo, como símbolo de su oficio?<br />
Cuando decía cosas como éstas, Greta se arrepentía inmediatamente; la vaciedad<br />
de tales comentarios resonaba en el aire como un eco de sus cuadros laqueados. Esto<br />
la hacía pensar en su madre, y se sonrojaba. Pero es que a veces Greta se sentía<br />
invadida por una ola de energía tan fuerte que no se podía contener y que no la dejaba<br />
pensar y preparar un plan sensato de acción. Esta energía era una especie de fluido<br />
que subía y bajaba por su espinazo y le confería el carácter de los conquistadores del<br />
Oeste.<br />
No tuvo más remedio que confesarse que algunos de los críticos habían ido a ver<br />
su exposición únicamente porque era la mujer de Einar Wegener.<br />
—¿Qué tal va la obra de Wegener? —preguntaron algunos de ellos—. ¿Para<br />
cuándo es la próxima exposición?<br />
Un crítico acudió porque Greta era californiana y quería hacerle preguntas sobre<br />
los pintores que trabajaban allí al aire libre, como si Greta supiese algo, por poco que<br />
fuese, sobre aquellos hombres barbudos que mezclaban sus colores a la<br />
desconcertante luz del sol de la laguna Niguel.<br />
<strong>La</strong> galería de Krystalgade era exigua, y, a causa de una ola de calor que había<br />
coincidido con su exposición, olía igual que la quesería contigua. A Greta le<br />
preocupaba que ese olor se pegase a sus lienzos, pero Einar le aseguró que era<br />
imposible, debido a la mucha laca que tenían.<br />
—Son impenetrables —le dijo en cierta ocasión, refiriéndose a los cuadros,<br />
comentario que quedó flotando como una nube negra sobre ellos, pues no dejaba de<br />
tener ciertas connotaciones poco caritativas, según cómo se considerase.<br />
Al día siguiente, cuando Greta volvió al apartamento, encontró a Lili haciendo<br />
ganchillo; las agujas resonaban en su regazo mientras tejía una redecilla para el pelo.<br />
Ni Einar ni Greta habían averiguado jamás la causa de la hemorragia nasal de Lili en<br />
el Baile de los Artistas. Pero cosa de un mes más tarde la nariz le volvió a sangrar, un<br />
par de chorritos rojos a lo largo de tres días de julio. Einar dijo que no era nada, pero<br />
Greta empezó a sentirse preocupada, como una madre que ve toser a su hijo. Desde<br />
hacía algún tiempo, Greta se había acostumbrado a levantarse de la cama en plena<br />
noche para ponerse a pintar un retrato de Lili, una Lili muy pálida que caía en los<br />
brazos de Henrik; era un cuadro grande, casi de tamaño natural, y más real, con sus<br />
brillantes colores y sus formas planas, que el propio recuerdo que tenía Greta de la<br />
hemorragia de Lili a la salida del Baile de los Artistas. En el fondo, que aparecía algo<br />
sesgado, se veía una fuente con sus dragones de los que manaba agua y los vikingos<br />
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