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Aquel verano, el marchante que vendía la pintura de Einar accedió a exponer diez<br />
cuadros de Greta durante dos semanas. Einar fue el que lo organizó, pidiéndoselo<br />
como un favor: «Mi mujer está empezando a sentirse frustrada», así comenzaba una<br />
carta que dirigió al señor Rasmussen en una hoja de papel de cartas con membrete,<br />
una gestión de la que se suponía que Greta no debía enterarse. Pero ella, no sin que le<br />
remordiera la conciencia, abrió con precauciones la carta que Einar le dio para que la<br />
echase en el correo con ayuda del vapor de una tetera y el filo de una uña. No lo hizo<br />
por ninguna razón específica, sino, simplemente, porque a veces se sentía abrumada<br />
de curiosidad por su marido y lo que éste hacía cuando no estaba con ella: lo que leía,<br />
por ejemplo, qué tomaba para almorzar, o con quién hablaba, y sobre qué. «Y no es<br />
que sienta celos», se dijo Greta mientras volvía a cerrar el sobre con sumo cuidado,<br />
«no, no es eso, es, simplemente, que estoy enamorada.»<br />
Rasmussen era calvo, con ojos que parecían chinos por la forma, y viudo. Vivía<br />
con sus dos hijos en un apartamento situado cerca de Amalienburg. Cuando dijo que<br />
estaba dispuesto a colgar en su galería las pinturas más recientes de Greta, ésta se<br />
sintió tentada a contestar que no necesitaba su ayuda. Luego lo pensó mejor y se dio<br />
cuenta de que sí la necesitaba. A Einar le dijo, evasivamente:<br />
—No sé si hablaste o no con Rasmussen, pero no sabes lo que me alegro de que<br />
haya dicho que sí.<br />
Greta compró diez sillas en una tienda de muebles de la Ravnsborggade y puso en<br />
sus asientos cojines de damasco rojo. Colocó una delante de cada uno de sus cuadros<br />
colgados en la galería.<br />
—Es para reflexionar —le dijo a Rasmussen al colocarlas de esa forma.<br />
Luego escribió a los directores de todos los periódicos europeos de la lista que<br />
Einar había ido compilando a lo largo de los años. En la invitación se anunciaba un<br />
importante debut, palabras éstas que a Greta le costó cierto esfuerzo escribir, porque<br />
parecían muy jactanciosas, muy propias más bien de una transacción comercial, pero,<br />
a pesar de todo, las dejó, por insistencia de Einar.<br />
—Quedan bien —acabó diciendo—, y son lo que hace falta.<br />
Distribuyó en propia mano las invitaciones del Berlingske Tidende, el<br />
Nationaltidende y Politiken, donde un empleado con un gorrito gris se quitó de<br />
encima a Greta con una sonrisita de desdén.<br />
Los cuadros de Greta eran de gran tamaño y relucían gracias a un procedimiento<br />
de laqueado que ella misma había ideado sobre una base de barniz. Tanto relucían y<br />
tan duros eran, que se podían limpiar como si fueran ventanas. Los pocos críticos que<br />
acudieron a la galería a verlos dieron la vuelta en torno a las sillas con cojines de<br />
damasco rojo mascando las galletitas de miel que Greta había dispuesto sobre una<br />
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