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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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6<br />

Aquel verano, el marchante que vendía la pintura de Einar accedió a exponer diez<br />

cuadros de Greta durante dos semanas. Einar fue el que lo organizó, pidiéndoselo<br />

como un favor: «Mi mujer está empezando a sentirse frustrada», así comenzaba una<br />

carta que dirigió al señor Rasmussen en una hoja de papel de cartas con membrete,<br />

una gestión de la que se suponía que Greta no debía enterarse. Pero ella, no sin que le<br />

remordiera la conciencia, abrió con precauciones la carta que Einar le dio para que la<br />

echase en el correo con ayuda del vapor de una tetera y el filo de una uña. No lo hizo<br />

por ninguna razón específica, sino, simplemente, porque a veces se sentía abrumada<br />

de curiosidad por su marido y lo que éste hacía cuando no estaba con ella: lo que leía,<br />

por ejemplo, qué tomaba para almorzar, o con quién hablaba, y sobre qué. «Y no es<br />

que sienta celos», se dijo Greta mientras volvía a cerrar el sobre con sumo cuidado,<br />

«no, no es eso, es, simplemente, que estoy enamorada.»<br />

Rasmussen era calvo, con ojos que parecían chinos por la forma, y viudo. Vivía<br />

con sus dos hijos en un apartamento situado cerca de Amalienburg. Cuando dijo que<br />

estaba dispuesto a colgar en su galería las pinturas más recientes de Greta, ésta se<br />

sintió tentada a contestar que no necesitaba su ayuda. Luego lo pensó mejor y se dio<br />

cuenta de que sí la necesitaba. A Einar le dijo, evasivamente:<br />

—No sé si hablaste o no con Rasmussen, pero no sabes lo que me alegro de que<br />

haya dicho que sí.<br />

Greta compró diez sillas en una tienda de muebles de la Ravnsborggade y puso en<br />

sus asientos cojines de damasco rojo. Colocó una delante de cada uno de sus cuadros<br />

colgados en la galería.<br />

—Es para reflexionar —le dijo a Rasmussen al colocarlas de esa forma.<br />

Luego escribió a los directores de todos los periódicos europeos de la lista que<br />

Einar había ido compilando a lo largo de los años. En la invitación se anunciaba un<br />

importante debut, palabras éstas que a Greta le costó cierto esfuerzo escribir, porque<br />

parecían muy jactanciosas, muy propias más bien de una transacción comercial, pero,<br />

a pesar de todo, las dejó, por insistencia de Einar.<br />

—Quedan bien —acabó diciendo—, y son lo que hace falta.<br />

Distribuyó en propia mano las invitaciones del Berlingske Tidende, el<br />

Nationaltidende y Politiken, donde un empleado con un gorrito gris se quitó de<br />

encima a Greta con una sonrisita de desdén.<br />

Los cuadros de Greta eran de gran tamaño y relucían gracias a un procedimiento<br />

de laqueado que ella misma había ideado sobre una base de barniz. Tanto relucían y<br />

tan duros eran, que se podían limpiar como si fueran ventanas. Los pocos críticos que<br />

acudieron a la galería a verlos dieron la vuelta en torno a las sillas con cojines de<br />

damasco rojo mascando las galletitas de miel que Greta había dispuesto sobre una<br />

www.lectulandia.com - Página 53

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