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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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sudando contra la palma de la suya— se había considerado Einar anormal, o distinto<br />

en modo alguno de la normalidad. Su médico, cuando fue a verle el año anterior para<br />

consultarle sobre su aparente incapacidad para tener hijos, le había dicho: «¿Sueñas a<br />

veces con alguien, aparte de con tu mujer, Einar? ¿Con otro hombre, quizás?». «No,<br />

en absoluto», replicó Einar, «su intuición es errónea.» Y le dijo entonces al médico<br />

que también se turbaba cuando veía a hombres de ojos fugaces y asustados y piel<br />

excesivamente rosada merodear cerca del retrete de caballeros del parque de Ørsted.<br />

¡Homosexual!, ¡qué lejos de la verdad!<br />

Y también era ésta la razón de que Einar se asiese ahora a la mano de Henrik y<br />

corriese con él por los soportales de la parte trasera del Ayuntamiento, donde<br />

banderas <strong>danesa</strong>s colgaban de las vigas lustrosas. Y también lo era de que tropezase<br />

cada dos por tres con los zapatos color amarillo mostaza que le había dado Greta<br />

aquella tarde de abril, cuando necesitaba pintar unas piernas de mujer. Él no sabía por<br />

qué permitía que el estrecho vestido le impidiese andar con toda libertad: bueno, era<br />

que estaba jugando. Eso lo sabía. Y Greta también lo sabía. Pero, al mismo tiempo,<br />

no sabía nada, lo que se dice nada, sobre sí mismo.<br />

Fuera, en la plaza del Ayuntamiento, un tranvía pasaba ruidosamente; sus<br />

campanillas eran amistosas y tristes. Tres noruegos estaban sentados sobre el pretil de<br />

la fuente, riendo, bebidos.<br />

—¿Por dónde vamos? —preguntó Henrik.<br />

Parecía más bajo en la calle, al aire libre de la plaza donde el aire olía al carrito<br />

cercano que servía café con galletitas picantes. Había algo caliente, un ardiente<br />

secreto, en el fondo del estómago de Einar, y lo único que podía hacer era mirar a su<br />

alrededor: a la fuente y a los vikingos de bronce y a la empinada ladera de los tejados<br />

de los edificios que rodeaban la plaza.<br />

—¿Por dónde? —volvió a preguntar Henrik, que miraba al cielo, con las<br />

ventanillas de la nariz temblorosas.<br />

Y entonces Einar tuvo una idea. Lili tuvo una idea. Y, por extraño que parezca, la<br />

cosa ocurrió así: flotando por encima de la plaza del Ayuntamiento, Einar vio que<br />

Lili, con el labio superior lleno de determinación, le decía a Henrik: «Ven.» Y la oyó<br />

pensar: Greta no se enterará nunca. Einar no pudo averiguar a qué se refería: ¿Qué<br />

era lo que Greta no llegaría nunca a saber? Cuando él, Einar, dueño remoto del<br />

cuerpo tomado a préstamo, estaba a punto de preguntar a Lili qué era lo que quería<br />

decir; cuando él, Einar, flotando como un fantasma que describiese círculos por<br />

encima de ellos, estaba a punto de acercarse y preguntar —no exactamente como el<br />

conductor hace la pregunta al llegar a una encrucijada, pero casi—: Dime, ¿qué es lo<br />

que Greta no sabrá nunca?, justo entonces, Lili, con los antebrazos enrojecidos de<br />

calor, con los puños envueltos en gasa, con la mitad de su cerebro común electrizada<br />

por la corriente del pensamiento, sintió una cálida humedad correrle de la nariz a los<br />

labios.<br />

—¡Dios mío, estás sangrando! —gritó Henrik.<br />

www.lectulandia.com - Página 51

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