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Podía peinarse en torno al rostro su pelo largo y suave, y ladear la cabeza como una<br />
ansiosa muchacha adolescente.<br />
Henrik cogió la mano de Lili. Los recios pelitos de su muñeca sorprendieron a<br />
ésta, porque hasta entonces sólo había cogido la mano de Greta.<br />
—Háblame de ti, Lili —dijo Henrik.<br />
—Me pusieron nombre de flor.<br />
—¿Por qué dicen las <strong>chica</strong>s tonterías como ésta?<br />
—Porque es verdad.<br />
—No creo a las <strong>chica</strong>s cuando dicen que son como flores.<br />
—No sé qué otra cosa decirte.<br />
—Comienza por decirme de dónde eres.<br />
—De Jutlandia. De una pequeña aldea que se llama Bluetooth y está en medio del<br />
páramo.<br />
Y le habló de los campos de alfalfa, de la lluvia helada que llegaba a veces a<br />
hacer agujeros en la pared de la casa.<br />
—Si te diera a comer una bellota —dijo Henrik—, ¿quién querrías ser?<br />
—No tengo la menor idea —dijo ella.<br />
—Di un nombre.<br />
—No se me ocurre ninguno.<br />
—Bueno, muy bien, pues sigue siendo quien eres.<br />
Y entonces Henrik se puso a contarle la historia de un príncipe polaco que había<br />
liberado del trabajo cotidiano a todas las mujeres de su país: en él quería convertirse.<br />
El tiempo pasaba sin que Lili se diese cuenta. Enseguida llegó la madrugada. El<br />
viento había aumentado, y el roble, con sus hojas en forma de oreja, se inclinaba<br />
sobre Henrik y Lili como para escuchar lo que decían. <strong>La</strong> luna se había ido y todo<br />
estaba oscuro, sin otra iluminación que la luz dorada que llegaba de los pórticos del<br />
Ayuntamiento. Henrik cogía a Lili de la mano y le acariciaba la base carnosa del dedo<br />
gordo, pero Lili sentía esa caricia como si base y dedo gordo perteneciesen a otra<br />
persona. Era como si alguien estuviese reclamando un derecho de propiedad sobre<br />
ella.<br />
—¿No te parece que hubiésemos debido conocernos antes? —dijo Henrik, cuyos<br />
dedos jugueteaban nerviosamente, temblorosos, con un hilo suelto del puño de su<br />
chaqueta.<br />
Lili oyó la risa de Einar, que sonaba como una bolsa de aire convertida en risita<br />
nerviosa; y en el interior de la bolsa de aire estaba el aliento, lejanamente ácido, de<br />
Einar. Einar, que se reía de la torpeza del cortejo y la conducta de otro hombre.<br />
¿Acaso había dicho él jamás nada tan torpe y tan tonto a Greta? Seguramente, no; de<br />
haberlo hecho Greta le habría contestado que hiciera el favor de dejar de decir<br />
tonterías. Habría sacudido sus brazaletes de plata, diciéndole: «¡Por Dios, qué cosas<br />
dices!» Y habría añadido que se iría inmediatamente del restaurante si Einar no<br />
dejaba de hablarle como a una niña. Greta habría concentrado toda su atención en el<br />
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