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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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—¿Y dejarte sola?<br />

—Es que todavía no me apetece hablar con nadie.<br />

Greta cruzó la sala entre los que bailaban; su largo pelo le caía espalda abajo.<br />

Besó a Helene, que parecía impaciente por decirle algo. En la Real Compañía<br />

Comercial de Groenlandia, Helene cuidaba de los cuadros, los gramófonos, las<br />

vajillas con bordes dorados y otros artículos de lujo que formaban parte de los envíos<br />

de verano que partían todos los martes en barco de Copenhague. Durante dos años,<br />

Helene se había encargado de que los cuadros de Einar se embalasen debidamente<br />

para ser enviados por barco a Gothåb, donde había un agente que se ocupaba de<br />

subastarlos. El dinero tardaba en llegar desde el Atlántico Norte, pero, en cuanto<br />

llegaba, Einar se lo entregaba orgullosamente a Greta en una carpeta archivadora de<br />

cuero.<br />

Los bailarines cambiaban de pareja, y pronto Helene y Greta se perdieron de<br />

vista. Lili estaba sentada en un banco de caoba con sirenas talladas. Hacía calor en el<br />

patio cubierto, y se quitó el chal. Mientras lo plegaba, un joven se acercó al banco y<br />

le dijo:<br />

—¿Me permite?<br />

Era alto y tenía el pelo de un amarillo pardusco, con gruesos rizos que le bajaban<br />

hasta la mandíbula. Lili lo observó por el rabillo del ojo y le vio consultar su reloj de<br />

bolsillo y cruzar y descruzar las piernas. Olía levemente a colonia, y tenía las orejas<br />

sonrosadas de calor, o quizás de nerviosismo.<br />

Lili sacó de su bolso el cuadernito de notas con tapas de peltre que había dado a<br />

Einar su abuela y se puso a tomar notas sobre aquel hombre. «Se parece al padre de<br />

Einar cuando era joven», escribió. «A su padre cuando tenía buena salud y trabajaba<br />

en los campos. Ésa debe ser la razón que me impide apartar los ojos de él», escribió<br />

Lili en el cuadernito de notas. «¿Qué otra cosa podría ser, si no? ¿Por qué no puedo<br />

dejar de mirar sus largos pies, sus recias patillas, que le caen por las mejillas como<br />

una media barba, su nariz aguileña y sus labios carnosos, su cabello espeso y<br />

rizado?»<br />

El joven se inclinó hacia Lili.<br />

—¿Eres periodista?<br />

Lili levantó la vista del regazo y le miró.<br />

—¿Poetisa, quizá?<br />

—Ni una cosa ni otra.<br />

—Pues, entonces, ¿por qué escribes?<br />

—¿Te refieres a esto? —dijo ella, sorprendida de que le estuviese hablando—. No<br />

es nada, nada en absoluto.<br />

Aun cuando estaba sentada al lado del joven, no acababa de creerse que se<br />

hubiese fijado en ella. Se sentía como si nadie la pudiese ver. Casi no se consideraba<br />

real y tangible.<br />

—¿Eres artista? —insistió el joven.<br />

www.lectulandia.com - Página 47

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