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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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se sentía partícipe del secreto más importante del mundo, porque iba, nada menos,<br />

que a engañar a todo Copenhague. Al mismo tiempo, otra parte de su ser sabía que<br />

aquél era el juego más difícil que iba a jugar en su vida. Le recordaba aquel día de<br />

verano en Bluetooth en que se perdió la cometa en forma de submarino. Einar<br />

Wegener, con su pequeño rostro redondo, parecía estar deslizándose por un túnel. Lili<br />

miró a Greta, que llevaba un vestido negro, y se sintió agradecida por todo lo que le<br />

esperaba. Lili había surgido de la nada. Sí, de la nada, y ello gracias a Greta.<br />

<strong>La</strong> gente que entraba en el Ayuntamiento tenía aire elegante y parecía contenta; la<br />

cerveza negra encendía muchas mejillas. Abundaban las <strong>chica</strong>s jóvenes con vestidos<br />

color caramelo que se abanicaban y se preguntaban unas a otras dónde estaban los<br />

famosos pintores. «¿Quién de ellos es Einar Nielsen?», preguntó una mujer. Y otra:<br />

«¿Es ése Erik Henningsen?» Había hombres jóvenes, con los bigotes encerados en las<br />

puntas, que fumaban puros de Sumatra. También había jóvenes industriales, que,<br />

gracias al dinero ganado rápidamente con la producción en masa de utensilios de<br />

barro y de metal mediante chirriantes máquinas, trataban de subir en la escala social.<br />

—¿No me dejarás? —preguntó Lili a Greta.<br />

—Jamás.<br />

A pesar de todo, Lili seguía agitada e inquieta.<br />

En el interior del Ayuntamiento había un patio cubierto decorado al estilo del<br />

Renacimiento italiano. Tenía en tres lados galerías abiertas sostenidas por columnas.<br />

El techo era una cúpula de vigas de madera cruzadas. En el escenario había una<br />

orquesta, y también se veía una larga mesa con bandejas de ostras. Había cientos de<br />

personas bailando, y las manos de elegantes caballeros descansaban sobre las esbeltas<br />

cinturas de mujeres cuyos párpados estaban pintados de azul. En un banco, dos <strong>chica</strong>s<br />

escribían una nota a alguien y se reían como locas. Había un corro de hombres de<br />

esmoquin con las manos en los bolsillos que contemplaban a los asistentes. Lili<br />

estaba agitada, apenas se sentía capaz de absorber todo lo que la rodeaba. Sentía el<br />

aleteo del pánico en el pecho, consciente de que aquél no era lugar para ella. Se le<br />

ocurrió escapar de allí, pero ya era demasiado tarde. Estaba en el baile, y la música ya<br />

le penetraba en la mente por los ojos y los oídos. Si se le ocurría decir que quería irse,<br />

Greta le diría que hiciese el favor de calmarse. Y le diría también que no se<br />

preocupase por nada; luego agitaría las manos en el aire y se echaría a reír.<br />

Al lado de Lili había una <strong>chica</strong> alta, con un vestido muy escotado, que estaba<br />

fumando un cigarrillo plateado y hablando con un hombre cuyo rostro era tan oscuro<br />

que saltaba a la vista que procedía del sur. <strong>La</strong> <strong>chica</strong> era esbelta y tenía la espalda<br />

bonitamente musculosa, y el hombre parecía tan enamorado de ella, que lo único que<br />

hacía era asentir a todo lo que decía, hasta que la hizo callar con un largo beso.<br />

—Ahí está Helene —dijo Greta.<br />

En el otro extremo de la sala vieron a Helene Albeck. Llevaba el negro pelo muy<br />

corto, un peinado que, según explicó Greta, estaba de moda en París.<br />

—Vete a hablar con ella —dijo Lili.<br />

www.lectulandia.com - Página 46

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