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<strong>La</strong> callecita adoquinada que cruzaba Copenhague era lo bastante oscura y segura,<br />
pensaba Lili, para celebrar en ella con toda tranquilidad una transacción secreta. Era<br />
demasiado estrecha para tener farolas, y las ventanas parecían abrirse directamente<br />
sobre las que tenían enfrente. <strong>La</strong> gente que vivía allí parecía tacaña en cuestión de<br />
luz, pues las habitaciones de sus cuartos de estar, que daban a la calle, estaban a<br />
oscuras. Sólo alguna tienda que otra seguía iluminada. Había un café turco cuyos<br />
clientes se sentaban sobre cojines de terciopelo junto al escaparate. Algo más abajo<br />
había un burdel, discretamente protegido por persianas bajadas y con el picaporte de<br />
latón en forma de pezón. Algo más allá había un bar en un semisótano; al pasar Greta<br />
y Lili, un hombre muy delgado con el bigote encerado bajaba rápidamente escalones<br />
abajo en dirección a un lugar donde, sin duda, se encontraría con sus amigos.<br />
Lili llevaba un vestido de gasa con cuello y puños de marinero que crujía un poco<br />
cuando andaba, y su mente estaba nerviosamente fija en aquel frufrú constante,<br />
porque así se libraba de pensar en lo que le esperaba. Greta le había prestado su collar<br />
de perlas, y se lo había puesto de tal modo que le daba tres vueltas alrededor de la<br />
garganta y quedaba escondido casi enteramente por el cuello del vestido. Llevaba<br />
también un gorro de terciopelo comprado aquella misma mañana en Fonnesbech’s, y<br />
había prendido en él el alfiler del broche de diamantes y ónix de Greta, que tenía la<br />
forma de una gran mariposa.<br />
—Estás tan guapa que te besaría —le había dicho Greta al verla vestirse.<br />
Greta sentía tal excitación que cogió a Lili en sus brazos y bailó un vals con ella<br />
por todo el apartamento mientras Eduardo IV ladraba sin parar. Lili tenía los ojos<br />
cerrados —pues el maquillaje hacía que los notara rígidos y pesados—, y pensaba<br />
que ojalá Copenhague fuera una ciudad donde Lili y Einar pudieran convivir como<br />
una sola persona.<br />
<strong>La</strong> calle terminaba en la gran plaza donde estaban el Ayuntamiento y el Tívoli. <strong>La</strong><br />
fuente, con sus dragones de los que manaba agua, tintineaba, y a uno de los lados,<br />
frente al Palace Hotel, había una columna con un par de vikingos de bronce que<br />
tocaban sus lure, las largas trompetas en forma de serpiente de bronco sonido. <strong>La</strong><br />
plaza hervía de actividad: muchísima gente se dirigía al baile de medianoche, y había<br />
buen número de turistas noruegos llenos de entusiasmo por la carrera de bicicletas<br />
que iba a tener lugar al día siguiente entre Copenhague y Oslo.<br />
Greta no metió prisa a Lili. <strong>La</strong> dejó serenarse a la entrada de la gran plaza, y<br />
esperó hasta que llenó por completo el interior de Einar, igual que una mano va<br />
llenando un títere.<br />
Debajo de la espira cubierta de cobre de la torre del Ayuntamiento, el reloj de<br />
cuatro esferas se levantaba a más de cien metros de altura por encima de ella, y Lili<br />
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