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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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un pliegue de piel impuesto por el sol, y estuvieron casi todo el tiempo en silencio en<br />

el cuarto de estar de Greta, nerviosamente cogidos de la mano, desconcertados ante<br />

tanta riqueza como veían allí: la casa española, el paisaje que colgaba sobre la<br />

chimenea, las sandalias japonesas de Akiko, que repiqueteaban cada vez que llegaba<br />

con una bandeja. Greta sirvió a los señores Cross té helado de hibisco, después se<br />

arrellanaron en los blancos sofás que la señora Waud había encargado en Gump’s.<br />

Todos estaban incómodos y lamentaban que las cosas hubieran acabado de aquel<br />

modo. Greta llevó a los padres de Teddy de vuelta a casa en su coche, que era un<br />

Mercer Raceabout de dos asientos, lo que forzó a la señora Cross a sentarse en el<br />

regazo de su marido. <strong>La</strong> noche caía rápidamente y el coche iba a buena velocidad por<br />

la carretera. El frío de comienzos de primavera se extendía sobre los campos. El<br />

viento silbaba entre los surcos y llenaba de polvo el aire. Greta tuvo que usar los<br />

limpiaparabrisas para desembarazar de polvo el parabrisas. A lo lejos, en la casita de<br />

tablas de los Cross, relucía una lucecita dorada. El viento levantaba tanto polvo, que<br />

Greta no veía más que esa luz, y, de repente, pareció como si ella y los señores Cross<br />

estuviesen pensando lo mismo, porque la señora Cross dijo:<br />

—Allí es donde nació Teddy.<br />

Y el señor Cross, con los brazos en torno a su mujer, añadió:<br />

—Siempre dijo que volvería.<br />

Greta se pasó el resto de la primavera dormitando en los blancos sofás del cuarto<br />

de estar. Odiaba Bakersfield, odiaba la casa española, a veces incluso odiaba al niño<br />

que estaba creciendo en su seno. Pero en ningún momento odió a Teddy Cross. Por<br />

las tardes leía mientras él le ponía trapos calientes en la frente. Greta engordaba con<br />

rapidez y cada día se sentía peor. Antes de mayo comenzó a pasarse también las<br />

noches en el cuarto de estar, pues se sentía demasiado mal para subir las escaleras. Y<br />

Teddy dormía a su lado en una cama plegable.<br />

A comienzos de junio, reinaba ya en Bakersfield el habitual calor estival. <strong>La</strong><br />

temperatura alcanzaba los treinta y cinco grados antes de las nueve de la mañana.<br />

Akiko preparaba abanicos de papel para Greta, y Teddy le ponía compresas frías en la<br />

frente en lugar de calientes. Y cuando Greta se sentía mal de verdad, Akiko le servía<br />

té verde frío en una taza laqueada mientras Teddy le leía poesía en voz alta.<br />

Así siguieron las cosas hasta que un día en que Teddy se hallaba en Pasadena,<br />

adonde había ido a recoger un torno de alfarero de su antiguo estudio, que no había<br />

cerrado, tanto el calor como el malestar acabaron. Greta, ayudada por Akiko, cuyo<br />

pelo era tan negro como el plumaje de cuervo, dio a luz a un niño cianótico, con el<br />

cordón umbilical apretado en torno a su cuello como una pequeña corbata. Greta le<br />

puso de nombre Carlisle y, un día después, entre ella y Teddy lo enterraron en el<br />

terreno que se extendía detrás de la casa de tablones de eucalipto de los señores<br />

Cross, en la tierra negra levantada por el viento, al borde de los susurrantes campos<br />

de fresas.<br />

www.lectulandia.com - Página 44

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