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Greta se preguntaba de nuevo qué hacer; de pronto, empujada por un impulso que<br />
nunca había sentido hasta aquel momento, se lanzó de cara sobre el regazo de Teddy<br />
y comenzó a usar con él todos los trucos que había aprendido en las novelas verdes<br />
que compraba en la librería de la Estación Central de Copenhague, y también de las<br />
charlatanas y pícaras criadas que servían allí en casa de sus padres. Teddy trató de<br />
protestar de nuevo, pero cada vez que decía «¡No!» lo hacía con menos energía.<br />
Finalmente, le soltó la muñeca y la dejó hacer.<br />
Cuando terminaron, el vestido de Greta estaba arrugado y arremolinado en torno a<br />
su corpiño estilo imperio. Y el frac de Teddy estaba rasgado. Y Greta, que nunca<br />
hasta entonces había ido tan deprisa ni había llegado tan lejos, estaba echada sobre<br />
Teddy, convertido ahora en una especie de muñeco de trapo. Greta sentía que el<br />
corazón le latía fuertemente en el pecho, y notaba entre las piernas una humedad que<br />
despedía un olor a la vez amargo y salado. Sabía perfectamente lo que iba a pasar a<br />
continuación, de modo que abrazó con ambos brazos a Teddy, resignada y diciéndose<br />
para sus adentros: «Todo vale, con tal de que me saque de este ambiente.»<br />
Se casaron el último día de febrero en el jardín de la casa del Orange Grove<br />
Boulevard. <strong>La</strong>s doncellas japonesas sembraron el césped de pétalos de camelia, y<br />
Teddy estrenó frac. Fue una boda íntima; sólo se invitó a unos primos de San Marino,<br />
Hancock Park y Newport Beach. Su vecina, heredera de una fortuna de Chicago<br />
hecha vendiendo chicle, asistió también, porque, como la señora Waud explicó con<br />
pesar, también había pasado por aquel trago a causa de su hija. Se invitó a los padres<br />
de Teddy, aunque nadie esperaba que asistieran: no siempre era posible viajar por la<br />
sinuosa carretera que cruzaba la sierra desde Bakersfield en pleno febrero.<br />
Inmediatamente después de la boda y de un corto viaje de novios en una suite<br />
ajardinada del Hotel del Coronado, en San Diego, donde Greta se pasó los días<br />
llorando —no por haberse casado con Teddy Cross, sino porque allí estaba más lejos<br />
todavía de su amada Dinamarca y de la vida que deseaba llevar—, los padres de<br />
Greta los mandaron a vivir a Bakersfield. El señor Waud compró a Greta y Teddy una<br />
casita de estilo español con tejas rojas y rejas sevillanas en las ventanas y un pequeño<br />
garaje cubierto de buganvilla. <strong>La</strong> señora Waud les mandó a Akiko para que viviera<br />
con ellos. <strong>La</strong> barandilla de la escalera de la casa de Bakersfield era de hierro forjado,<br />
y las puertas de las habitaciones remataban en arcos. Había una piscina en forma de<br />
riñón y un pequeño cuarto de estar con estanterías para libros. Rodeaba la casa un<br />
bosquecillo de palmeras, por lo que en su interior reinaba siempre una fresca<br />
penumbra.<br />
Los padres de Teddy fueron una sola vez a verlos; los dos estaban cargados de<br />
hombros y tenían las manos ligeramente sonrosadas a fuerza de tocar fresas. Vivían<br />
algo lejos, en los campos, y poseían unas pocas hectáreas de tierra negra, y una casita<br />
de dos habitaciones hecha con tablas de eucalipto. Tenían los ojos como sellados bajo<br />
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