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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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Avanzada la fiesta, después de los valses y el rosbif y de las fresas, servidas con<br />

champán de Oregon, Greta y Teddy salieron furtivamente del edificio del club y<br />

fueron a las pistas de tenis. <strong>La</strong> noche era clara y fría, y Greta tuvo que levantarse el<br />

vestido para que no se le empapase el borde del rocío que cubría la hierba. Estaba un<br />

poco bebida. Se había dado cuenta de ello algo antes, cuando se le ocurrió gastar a<br />

Teddy una inoportuna broma sobre las fresas y sus padres. Le pidió mil excusas<br />

inmediatamente, pero, a juzgar por su forma de doblar la servilleta en la mesa,<br />

parecía algo ofendido.<br />

Lo de ir a pasear por las pistas de tenis había sido idea de Greta; sentía la vaga<br />

necesidad de desagraviar a Teddy por todo aquello, sobre todo, por la extraña vida de<br />

Pasadena en la que le había forzado a entrar. Pero no tenía ningún plan concreto, no<br />

había pensado en nada que decirle o proponerle. Llegaron a la pista más lejana, donde<br />

había una fuente refrigeradora de agua y un sofá de mimbre pintado de verde. Y en el<br />

sofá, que olía a madera reseca, roída por las termitas, se pusieron a besarse.<br />

Greta pensó en lo distintos que eran los besos de Teddy de los de Einar. En el<br />

Princess Dagmar se había mirado al espejo de su camarote y había besado su imagen.<br />

<strong>La</strong> superficie plana y fría del espejo le había recordado en cierto modo, los besos de<br />

Einar, y comenzó a pensar en el beso de la escalinata de la Real Academia como en<br />

algo que era igual que besarse a sí misma. Pero los besos de Teddy no eran, en<br />

absoluto, así. Teddy tenía los labios ásperos y firmes, y los pelos de su labio superior<br />

le raspaban la boca. Y su cuello, al apretarse contra el suyo, era fuerte y duro.<br />

Mientras la música del baile resonaba en el edificio del club, Greta se dijo que lo<br />

mejor iba a ser apresurar las cosas. Sabía lo que tenía que hacer a continuación de los<br />

besos, pero tardó unos minutos en prepararse para ello. Primero, se dijo, alarga la<br />

mano y pónsela en la… <strong>La</strong> verdad es que era difícil pensarlo, e iba a ser aún más<br />

difícil hacerlo. Pero lo quería hacer, o, por lo menos, eso creía, y estaba convencida<br />

de que Teddy deseaba también que lo hiciera, pues su cuello y sus pelos se agitaban y<br />

se movían con violencia contra ella y la pinchaban. Así pues, Greta contó hasta tres,<br />

contuvo el aliento y puso la mano en la bragueta de Teddy.<br />

Pero éste la detuvo en seco:<br />

—No, no —exclamó al tiempo que le sujetaba la muñeca.<br />

A Greta no se le había ocurrido pensar que pudiera decirle que no. De haber<br />

mirado a Teddy a la cara, la brillante luz de la luna le habría mostrado, sin duda, su<br />

expresión de desconcertante sorpresa ante tamaña transgresión de las normas del<br />

decoro, y ello la habría avergonzado de un modo terrible. Greta recordó de pronto la<br />

última vez que había tolerado que un hombre le dijera que no; pero ahora ella y Einar<br />

estaban separados por todo un continente y todo un mar, además de por una guerra<br />

llena de fuegos artificiales.<br />

En el sofá de mimbre de la pista de tenis más lejana del Valley Hunt Club, Greta y<br />

Teddy Cross permanecieron inmóviles y silenciosos unos minutos, sin que él dejara<br />

de agarrarle firmemente la muñeca.<br />

www.lectulandia.com - Página 42

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