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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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—Es el señor Cross, al teléfono.<br />

Y así fue cómo, en el teléfono del vestíbulo del piso de arriba, y oyéndola su<br />

madre, Greta pidió a Teddy que la acompañase al baile de puesta de largo, y él<br />

accedió, pero con una condición: que Greta dejara de preocuparse por si él se llevaba<br />

bien o no con su madre.<br />

—Voy a pedirle que baile conmigo, y entonces verás —le dijo.<br />

Pero Greta se quedó pensativa, incierta, diciéndose que Teddy no tenía la menor<br />

idea del berenjenal en el que se iba a meter. Cuando colgó el teléfono, su madre se<br />

limitó a decirle:<br />

—Bueno, ahora que la cosa ya no tiene remedio, por lo menos, le enseñarás a<br />

ponerse el frac.<br />

Había siete <strong>chica</strong>s de su edad en la puesta de largo, y sus acompañantes eran<br />

jóvenes de Harvard o Princeton, o de las bases militares de Tennessee o San<br />

Francisco, que estaban pasando las vacaciones en casa. Una <strong>chica</strong> que tenía asma<br />

pidió a Carlisle que la acompañase; a causa de sus débiles pulmones, no necesitaba<br />

un buen bailarín. Y Greta, que, por primera vez en su vida, comenzaba a pensar que<br />

lo mejor sería olvidarse de una vez de Einar Wegener, empezó a ensayar la<br />

reverencia.<br />

El vestido blanco con el corpiño estilo imperio no acababa de sentarle bien.<br />

Estaba cargado de volantes en los hombros y era un poquitín demasiado corto, por lo<br />

que le dejaba los pies al descubierto. O, por lo menos, eso pensaba; estaba<br />

obsesionada con que sus pies grandes y largos iban a asomar demasiado cuando<br />

bajase la escalinata que conducía al salón del Valley Hunt Club. <strong>La</strong> barandilla de la<br />

escalinata estaba envuelta en una larga guirnalda de plantas de hoja perenne, flores de<br />

manzano y lirios rojos. Los invitados, que iban de frac, estaban esparcidos por todo el<br />

club bebiendo sus Tennis Specials y observando cortésmente el descenso de las<br />

debutantes por la escalinata. Había cuatro árboles de Navidad a modo de decorado, y<br />

en las chimeneas las llamas mordían sin piedad los leños de secuoya.<br />

Una de las <strong>chica</strong>s tenía un frasco de plata con tapón de nácar lleno de whisky. Se<br />

lo pasaron unas a otras mientras se vestían y se sujetaban en el pelo las hojas de flor<br />

de Pascua. El whisky dio una especie de brillo particular a la velada; fue como si el<br />

director del club hubiese subido el voltaje de los apliques a su máxima potencia, y las<br />

llamas que ardían en las chimeneas parecían bestias salvajes dispuestas a saltar por<br />

encima de las pantallas protectoras.<br />

Cuando Greta llegó al pie de las escaleras, hizo una reverencia tan profunda, que<br />

su barbilla casi tocó la alfombra oriental, y los socios del club aplaudieron<br />

manteniendo en equilibrio sus copas de ponche. Luego Greta entró en la sala de baile,<br />

y allí encontró a Teddy Cross, que estaba esperándola. Vestido de frac parecía más<br />

alto que de costumbre. Greta advirtió entonces algo insólito; su cabello rubio oscuro,<br />

reluciente de fijador, sus ojos rodeados de arrugas, su piel atezada y su gran nuez, que<br />

le subía y bajaba, nerviosa, por la garganta, le daban aspecto de danés.<br />

www.lectulandia.com - Página 41

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