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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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tenis donde se celebraban los bailes elegantes de Pasadena en el otoño, y lucirlo ante<br />

las <strong>chica</strong>s del Valley Hunt Club, para demostrarles que no era como ellas, que para<br />

algo había vivido en Europa. Si quería, se subía al carro de la carnicería, o salía con<br />

un ceramista.<br />

Como era de esperar, la madre de Greta se negó a admitir a Teddy Cross en su<br />

casa. Pero eso no impidió a Greta llevarlo por toda Pasadena y visitar a las aburridas<br />

Henrietta y Margaret y Lottie Anne en sus sombreados jardines. A aquellas <strong>chica</strong>s no<br />

parecía importarles Teddy, y Greta pensaba que lo que ocurría era que lo ignoraban.<br />

Su cerámica estaba tan solicitada que, como descubrió al cabo de un tiempo, había<br />

cierto encanto respetable en el hecho de que llevase restos de arcilla en las uñas<br />

cuando iba a las fiestas. <strong>La</strong> madre de Greta, que solía decir en las cenas de la buena<br />

sociedad que prefería California, a pesar del riesgo de terremotos, a la «vieja,<br />

viejísima Europa», acariciaba la mano a Teddy cada vez que lo veía en público,<br />

ademán que irritaba muchísimo a Greta. Su madre sabía que si se le ocurría rechazar<br />

públicamente a Teddy Cross, la disputa acabaría saliendo en el American Weekly.<br />

—Te miran por encima del hombro —le dijo Greta a Teddy en una de aquellas<br />

fiestas sociales.<br />

—No todos —replicó él, que parecía muy contento de estar sentado con Greta en<br />

un sofá de mimbre junto a la piscina, mientras el viento de Santa Ana doblaba hasta<br />

el suelo ramas de palmeras y por las ventanas se veía que la fiesta estaba en su<br />

apogeo en la mansión. ¡Si él supiera…! Greta estaba dispuesta a pelear en su defensa.<br />

No sabía contra quién o contra qué, pero estaba dispuesta.<br />

Y un buen día llegó el correo, atado con un bramante, como de costumbre, y<br />

Akiko sacó de él un sobre azul que llevó a la habitación de Greta. Lo miró durante<br />

mucho tiempo, sopesándolo suavemente sobre la palma de su mano. No acababa de<br />

creer que Einar, por fin, le hubiese escrito, y en su mente comenzaron a hervir<br />

suposiciones sobre lo que le diría en aquella carta: «Parece que la guerra está a punto<br />

de terminar y tú y yo podríamos estar juntos otra vez para Navidad.» O bien: «Llego<br />

a California en el próximo barco.» O, a lo mejor, quién sabe: «No puedo expresarte lo<br />

importantes que son para mí tus cartas.»<br />

Era posible, se dijo Greta, con el sobre en el regazo. A lo mejor Einar había<br />

cambiado. Todo era posible.<br />

Finalmente, abrió el sobre.<br />

<strong>La</strong> carta comenzaba: «Estimada señorita Waud», y sólo decía esto: «Dado el cariz<br />

que han tomado los acontecimientos, me figuro que nunca nos volveremos a ver, lo<br />

cual, probablemente, es lo mejor que podría ocurrir.»<br />

Greta plegó la hoja de papel y se la guardó en el bolsillo. ¿Por qué pensaba así<br />

Einar?, se preguntó, mientras se secaba los ojos con el dobladillo de su bata. ¿Por qué<br />

no mostraba el menor atisbo de esperanza? Se sentía muy apenada, pero no tenía la<br />

menor idea de lo que debía hacer en una situación así.<br />

Y entonces Akiko volvió a aparecer en el vano de la puerta y dijo:<br />

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