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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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4<br />

Greta celebró su decimoctavo cumpleaños en el Princess Dagmar, enfadada y<br />

apoyada contra la baranda. Era la primera vez que volvía a California desde el<br />

incidente del carro de la carnicería. El recuerdo de la casa enjalbegada de la colina,<br />

con su vista del Arroyo Seco, con sus nidos de águilas, y el recuerdo de las montañas<br />

de San Gabriel tornándose purpúreas al anochecer la llenaban de melancolía y<br />

añoranza. Sabía que a su madre le gustaría que reanudase el trato con las hijas de sus<br />

amistades: con Henrietta, cuya familia poseía campos petrolíferos junto al océano en<br />

El Segundo; con Margret, cuya familia era la dueña del periódico; con Dottie Anne,<br />

cuya familia poseía el rancho más grande de California, situado al sur de Los<br />

Ángeles, cuya extensión era casi la misma que la de Dinamarca. Los padres de Greta<br />

esperaban que se comportase como si fuese una de ellas, como si nunca se hubiese<br />

ido de California, que se convirtiese de repente en la joven californiana de clase alta<br />

que debía ser por nacimiento y educación. O sea, elegante, culta, buena amazona, y<br />

callada. Se iba a celebrar el baile de puesta de largo en el Valley Hunt Club, donde las<br />

<strong>chica</strong>s bajarían la escalinata vestidas de organdí blanco, con el pelo moteado de<br />

blancas hojas de flor de Pascua.<br />

—Es una suerte volver a Pasadena para tu puesta de largo —decía casi a diario su<br />

madre durante el viaje en el Princess Dagmar—. Eso tenemos que agradecer a los<br />

alemanes.<br />

El cuarto de Greta en la casa de la colina tenía una ventana con arco desde la que<br />

se veían el cuidado césped del jardín trasero y las rosas, cuyos pétalos tomaban un<br />

color pardusco en los bordes al avanzar el otoño. A pesar de la buena luz, la<br />

habitación era demasiado pequeña para pintar. Al cabo de sólo dos días, Greta se<br />

sentía como apretujada, como si la casa, con sus tres pisos de dormitorios y sus<br />

doncellas japonesas, cuyas sandalias resonaban escaleras arriba y escaleras abajo,<br />

estuviese atiborrando su imaginación sin dejar en ella sitio para nada más.<br />

—Madre, tengo que volver a Dinamarca inmediatamente. ¡Mañana mismo! Esto<br />

es demasiado agobiante para mí, me ahogo —se quejaba—. No dudo de que para ti y<br />

para Carlisle será estupendo, pero es que aquí no puedo hacer nada, me siento como<br />

si se me hubiese olvidado pintar.<br />

—Pero, Greta, querida, es imposible —le dijo su madre, que estaba ocupada<br />

convirtiendo el establo en garaje—. ¿Cómo es posible sentirse sin espacio vital en<br />

California? ¡No tienes más que compararla con Dinamarca, hija!<br />

Greta estaba de acuerdo en que la cosa era absurda, pero así era como se sentía.<br />

Su padre les envió un libro de estadísticas sobre Dinamarca, publicado por las<br />

Reales Sociedades de Control Científico. Greta se pasó una semana entera mirándolo,<br />

estudiando sus mapas y sus planos llena de añoranza y aflicción: el año anterior había<br />

www.lectulandia.com - Página 36

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