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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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—Einar, ¿qué hay para comer?<br />

Era mediodía, y Hans sabía que no había nadie en la granja, excepto el padre de<br />

Einar, seguramente dormido en su cama.<br />

Hans ya había empezado a crecer. Tenía quince años y su cuerpo había adquirido<br />

las proporciones debidas en relación con su cabeza. En su garganta había un esbozo<br />

de nuez y era mucho más alto que Einar, que a los trece años seguía siendo bajo.<br />

Hans le dio un empujoncito en dirección a la casa, y, ya en la cocina, se sentó a la<br />

cabecera de la mesa y se puso una servilleta al cuello. Einar jamás había preparado la<br />

comida en su vida, y permanecía de pie mirando inexpresivamente el fogón. Hans se<br />

limitó a decirle en voz baja:<br />

—Mira, enciendes el fuego. Pones agua a hervir. Y echas al puchero unas pocas<br />

patatas y un pedazo de carne de carnero. —Luego, con una voz repentinamente<br />

apacible añadió—: ¡Es un juego, hombre!<br />

Hans encontró el delantal de algodón de la abuela de Einar colgando lacio junto al<br />

fogón. Se acercó a Einar y se lo sujetó cuidadosamente en torno a la cintura. Luego le<br />

tocó en el cuello, como si tratara de apartar una mata rebelde de pelo, y dijo:<br />

—¿Nunca has jugado a esto?<br />

<strong>La</strong> voz de Hans era ahora un susurro cálido y acariciante; hablaba con la boca<br />

pegada a la oreja de su amigo y le clavaba en el cuello las mordisqueadas uñas.<br />

Luego le apretó más todavía el delantal y Einar tuvo que respirar hondo; justo cuando<br />

se llenaba los pulmones con una aspiración perpleja y anhelante, su padre entró<br />

andando torpemente en la cocina, con los ojos abiertos de par en par y la boca<br />

convertida en una O mayúscula.<br />

Einar sintió que el delantal le caía a los pies.<br />

—¡Deja en paz al chico!<br />

Su padre amenazaba a Hans levantando el bastón.<br />

<strong>La</strong> puerta se cerró de golpe, y la cocina quedó medio a oscuras y pareció más<br />

pequeña. Einar oía las botas de Hans chapotear en el barro en dirección al pantano. Y<br />

oía también el resoplar del aliento de su padre. Finalmente, sintió el golpe de su puño<br />

al caer sobre su mejilla. Del otro lado del páramo y de los charcos de los renacuajos,<br />

más allá de la turbera, llegó a sus oídos, en alas de la tarde, la voz de Hans cantando<br />

una cancioncilla:<br />

Érase una vez un viejo que vivía en un páramo,<br />

con su bonito hijito y su perezoso perrito.<br />

www.lectulandia.com - Página 35

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