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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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cierto alivio al ver que su extraño e improductivo hijo había decidido irse con la<br />

música a otra parte.<br />

El librito de notas era del tamaño de un naipe, con un lápiz azul sujeto al lomo<br />

por una cadenita de cuero de avestruz. <strong>La</strong> abuela se lo había cogido a un soldado<br />

prusiano dormido cuando la Confederación Germánica ocupó Jutlandia durante la<br />

guerra de 1864.<br />

—Le quité el librito y luego lo maté de un tiro —decía a veces mientras revolvía<br />

el queso.<br />

Bluetooth se llamaba así en honor de uno de los primeros reyes de Dinamarca.<br />

Nadie sabía muy bien la fecha de su fundación, o de dónde habían llegado los<br />

fundadores, aunque, según la leyenda, se trataba de colonos groenlandeses que habían<br />

renunciado a su rocosa tierra y llevado allí sus ovejas para que pudieran pastar a<br />

gusto. No era, en realidad, más que una aldea rodeada de pantanos. Todo en<br />

Bluetooth estaba siempre húmedo: pies, perros y, a veces, en la primavera, hasta las<br />

alfombras y las paredes de las casas. Había una pasarela de tablas para cruzar el<br />

terreno esponjoso que conducía al camino principal y a los campos de cereales que se<br />

extendían a continuación. Esa pasarela se hundía todos los años la longitud del brazo<br />

de una <strong>chica</strong>, y en mayo, cuando la helada se fundía en pedazos del tamaño de<br />

escamas de pescado, los hombres de Bluetooth se dedicaban a martillear de nuevo las<br />

tablas combadas para asentarlas bien en los montones amarillos de tierra firme.<br />

De muchacho, Einar tenía un amigo que se llamaba Hans y vivía en el límite del<br />

pueblo, en un chalé de ladrillo que tenía el primer teléfono que se había visto allí. Un<br />

día, antes de que hubieran llegado a ser amigos íntimos, Hans le cobró un céntimo<br />

por coger el auricular de su teléfono. Einar sólo oyó un silencio extraño, como<br />

cargado de ecos.<br />

—Si tuvieses que llamar a alguien, de sobra sabes que te dejaría —le dijo Hans,<br />

que pasó un brazo en torno a los hombros de Einar y lo sacudió suavemente.<br />

El padre de Hans era barón. Su madre, cuyo pelo gris estaba peinado muy prieto,<br />

hablaba a su hijo en francés. Hans tenía pecas en la parte inferior de la cara, y era,<br />

como Einar, más bajo que la mayor parte de los chicos de su edad. Pero, a diferencia<br />

de Einar, tenía la voz rápida, firme y rasposa, una voz de chico bueno y excitado que<br />

hablaba con el mismo entusiasmo a su mejor amigo, a su institutriz corsa y al diácono<br />

de roja nariz. Era de esos muchachos que de noche se duermen inmediatamente, y<br />

Einar lo sabía porque siempre que se quedaba a dormir en el chalé permanecía<br />

despierto hasta el alba, demasiado excitado para poder cerrar los ojos.<br />

Hans tenía dos años más que Einar, pero eso no parecía tener la menor<br />

importancia. A los catorce, era bajo para su edad, pero, así y todo, más alto que Einar.<br />

Con su hermosa cabeza, grande para el tamaño de su cuerpo, Hans le parecía, cuando<br />

Einar tenía doce años, más adulto que cualquier otro de los chicos que conocía. Hans<br />

entendía a las personas mayores que gobernaban el mundo, y sabía que no les hacía<br />

ninguna gracia que se les llamase la atención sobre las contradicciones que había en<br />

www.lectulandia.com - Página 32

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