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Greta la culpa de su pierna estropeada, comenzó a subir a Lili escaleras arriba. Con<br />
cada saltito, Lili sentía un terrible dolor, y Anna le dio una mano para que se la<br />
apretase.<br />
Desde la terraza se veía el río, y, más allá, hasta el Palacio Japonés, en la orilla<br />
derecha. El tráfico fluvial era intenso, con barcos de ruedas y carboneros y góndolas<br />
con un dragón en la proa y barcas de remo de alquiler. Carlisle frenó la silla de Lili en<br />
el espacio entre dos bancos, debajo de uno de los álamos, podados en cuadrado, ante<br />
la baranda de la terraza. Carlisle estaba junto a ella, y Anna al otro lado. Lili sentía<br />
sus manos en el respaldo de la silla. Por la terraza se veían parejas jóvenes, cogidas<br />
de las manos; los chicos compraban bolsitas de dulces a las <strong>chica</strong>s a un vendedor que<br />
las llevaba en un carrito. En la playa poblada de hierba, al otro lado del Elba, cuatro<br />
niños jugaban con una cometa blanca.<br />
—¡Fíjate en lo alta que está la cometa! —dijo Anna señalando a los chicos—.<br />
Parece más alta que la ciudad.<br />
—¿Piensas que acabarán perdiéndola? —preguntó Lili.<br />
—¿Te gustaría tener una cometa, Lili? —preguntó Anna—. Mañana mismo te<br />
compramos una, si quieres.<br />
—¿Cómo se llama este sitio? —preguntó a su vez Carlisle—. ¿El balcón de<br />
Europa?<br />
Estuvieron un rato sin decir nada, y luego Carlisle añadió:<br />
—Me parece que voy a comprarle un bratwurst al hombrecillo ese. ¿Tienes<br />
hambre, Lili? ¿Quieres que te traiga algo?<br />
Lili no tenía hambre; casi no comía nada, y eso, Carlisle, naturalmente, lo sabía.<br />
—No, gracias —dijo, pero no le salían bien las palabras.<br />
—¿Te importa que vayamos un momento a buscar al hombre ese? —dijo Anna—.<br />
Sólo tardaremos un minuto o dos.<br />
Lili asintió, y los zapatos de Anna y Carlisle crujieron por el guijo, alejándose.<br />
Lili cerró los ojos. El balcón de todo el mundo, pensó. De todo mi mundo. Sentía el<br />
sol contra sus párpados. Oyó a una pareja en un banco masticando sus dulces. Y, más<br />
allá, el golpeteo del agua contra el costado de un bote. Sonó la campanilla de un<br />
tranvía, y luego se oyó la campana de la catedral. Y, por una vez, Lili dejó de pensar<br />
en el pasado neblinoso y doble, y en la promesa del futuro. No importaba quién había<br />
sido en otro tiempo ni quién era ahora. Era la señorita Lili Elbe, una <strong>chica</strong> <strong>danesa</strong> que<br />
estaba en Dresde. Una mujer joven cuya amiga más querida estaba en California y la<br />
había dejado, sintió de pronto, sola. Pensó en todos ellos: Henrik, Anna, Carlisle,<br />
Hans, Greta. Cada uno de ellos, a su manera, era parcialmente responsable del<br />
nacimiento de Lili Elbe. Ahora sabía lo que quería decir Greta: todo lo demás, Lili<br />
tendría que soportarlo sola.<br />
Cuando abrió los ojos, Lili vio que Carlisle y Anna todavía no habían vuelto. Esto<br />
no la preocupaba: ya volverían a buscarla. <strong>La</strong> encontrarían en su silla de ruedas. Al<br />
otro lado del río, los chicos corrían, señalando al cielo. <strong>La</strong> cometa se levantaba más<br />
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