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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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—Se me ocurrió que sería buena idea sacarte de paseo un rato —dijo Carlisle.<br />

—Pero es que no me dejan —dijo Lili—, va contra las normas. ¿Qué diría Frau<br />

Krebs?<br />

—Nadie se va a enterar —dijo Anna—. Además, eres mayor de edad. ¿Por qué no<br />

has de salir de la clínica si se te antoja?<br />

No tardaron en salir por las puertas de la clínica y verse en la calle. Carlisle y<br />

Anna la empujaron por los alrededores, más allá de los palacetes que asomaban tras<br />

tapias de ladrillo coronadas con puntas de hierro. El sol calentaba, pero una brisa<br />

recorría la calle mostrando la parte inferior de las hojas de los olmos. A lo lejos Lili<br />

oyó el ruido de un tranvía.<br />

—¿Crees que me echarán de menos? —preguntó.<br />

—Y si te echan, da igual —dijo Carlisle, con el rostro tenso, agitando la mano en<br />

el aire.<br />

Al verle así, Lili pensó en Greta. Era casi como si oyese el ruido de sus brazaletes<br />

de plata. Lili recordaba, como quien se acuerda de una historia que le han contado<br />

tiempo ha, a Greta deslizándose por la Kronprinsessegade con Einar a su lado, y<br />

también, sobre todo, el calor de la mano de Greta en la suya, y el roce de un brazalete<br />

de plata contra sus dedos.<br />

Pronto Lili y Carlisle cruzaron el puente de Augusto. Delante de Lili se extendía<br />

todo Dresde: la Ópera, la iglesia de la Corte, la Academia de Arte, de estilo italiano,<br />

la cúpula de la iglesia de la Virgen, que parecía flotar. Llegaron a la plaza del Palacio<br />

y al pie de la terraza de Brühlsche. Allí había un hombre con un carrito vendiendo<br />

bocadillos de bratwurst y escanciando vasos de sidra. Le iba muy bien, tenía una cola<br />

de ocho o diez personas esperando, cuyos rostros estaban colorados por el sol.<br />

—¿Verdad que huele bien, Lili? —dijo Carlisle empujando su silla de ruedas<br />

hasta la escalera.<br />

Había que subir cuarenta y un peldaños para llegar a la terraza, donde los<br />

paseantes dominicales estaban apoyados contra la baranda. Los escalones estaban<br />

adornados con los bronces de Schilling que representaban la Mañana, el Mediodía, la<br />

Tarde y la Noche. Había una fina capa de tierra en los escalones y desde la base Lili<br />

vio la larga falda amarilla de una mujer y el disco de su sombrero de paja, y su brazo,<br />

cogido al de un hombre.<br />

—¿Y cómo vamos a subir? —preguntó.<br />

—Tú, tranquila —dijo Carlisle dando media vuelta a la silla y subiéndola al<br />

primer escalón.<br />

—Tu pierna —dijo Lili.<br />

—No pasa nada —respondió Carlisle.<br />

—¿Y tu espalda?<br />

—¿No te habló nunca Greta del indómito carácter de los conquistadores del<br />

Oeste?<br />

Y, dicho esto, Carlisle, que nunca hasta entonces, que Lili supiese, había echado a<br />

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