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—¿Está durmiendo ahora? —dijo Anna finalmente.<br />
—Sí. Le dan inyecciones de morfina a primera hora de la tarde. ¿Puedes volver<br />
mañana después de comer? —dijo Carlisle—. Pero saca ahora la cabeza y echa una<br />
ojeada. Y así podré decirle que has estado aquí.<br />
Lili oyó el ruido de la puerta al entreabrirse y sintió que otra persona entraba en la<br />
habitación: era el suave agitarse del aire, el cambio casi imperceptible de<br />
temperatura. El perfume de Anna llegó hasta su cama; lo reconoció por su trabajo de<br />
Fonnesbech’s. Era un perfume que iba en un frasquito con una borla de malla dorada,<br />
pero Lili no conseguía acordarse de su nombre. Eau-de-Provence, o algo por el estilo.<br />
¿O sería <strong>La</strong> Fille de Provence? Nada, que no lo sabía. Y no conseguía abrir los ojos<br />
para saludarla. No podía hablar, no podía decir nada, no podía levantar la mano para<br />
hacer un ademán de saludo. Se dio cuenta de que Carlisle y Anna estaban de pie al<br />
lado de su cama y no podía hacer nada para indicarles que sabía que estaban allí.<br />
Al día siguiente, después de comer, Carlisle y Anna pusieron a Lili entre los dos<br />
en su silla de ruedas de mimbre.<br />
—Hace demasiado buen tiempo para no salir al aire libre —decía Carlisle<br />
mientras la arropaba bien.<br />
Anna envolvió la cabeza de Lili en una larga bufanda color rojo purpúreo, hasta<br />
formar un turbante que hacía juego con el suyo. Y luego los dos empujaron la silla de<br />
ruedas hacia el jardín trasero de la clínica, y la dejaron junto a un grosellero.<br />
—¿Te gusta el sol, Lili? —preguntó Anna—. ¿Te gusta estar aquí?<br />
En el césped había otras <strong>chica</strong>s. Era domingo y algunas tenían visitantes que les<br />
habían traído revistas y cajas de bombones. Había una mujer con falda plisada y blusa<br />
moteada que daba a una <strong>chica</strong> bombones envueltos en papel dorado de la tienda de la<br />
Unter den Linden.<br />
Lili veía a Frau Krebs en el jardín de invierno vigilando el césped y a las <strong>chica</strong>s<br />
en la curva del Elba. A esa distancia parecía pequeña, tan pequeña como una niña. De<br />
pronto, desapareció. Era su tarde libre, y a todas las <strong>chica</strong>s les gustaba cotillear sobre<br />
lo que hacía Frau Krebs en su tiempo libre, aunque la verdad era que se lo pasaba en<br />
su jardín con una azada.<br />
—¿Qué tal si vamos a dar un paseo? —dijo Carlisle aflojando el freno de mano y<br />
empujando la silla de ruedas de Lili por el césped. Había agujeros de madrigueras de<br />
conejos sobre los que las ruedas rebotaban, y, aunque esto le dolía, Lili no podía sino<br />
sentirse contenta por encontrarse en el jardín de la clínica en compañía de Carlisle y<br />
de Anna.<br />
—¿Bajamos hasta el Elba? —preguntó Lili al ver que Carlisle estaba alejándola<br />
del camino de tierra apisonada que conducía al río.<br />
—Sí, lleguemos hasta allí —dijo Anna, y los dos empujaron a Lili a través de una<br />
cortina de sauces.<br />
Iban rápido, y Lili se agarraba a los brazos de la silla cuando ésta chocaba con<br />
raíces y piedras.<br />
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