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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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—¿Está durmiendo ahora? —dijo Anna finalmente.<br />

—Sí. Le dan inyecciones de morfina a primera hora de la tarde. ¿Puedes volver<br />

mañana después de comer? —dijo Carlisle—. Pero saca ahora la cabeza y echa una<br />

ojeada. Y así podré decirle que has estado aquí.<br />

Lili oyó el ruido de la puerta al entreabrirse y sintió que otra persona entraba en la<br />

habitación: era el suave agitarse del aire, el cambio casi imperceptible de<br />

temperatura. El perfume de Anna llegó hasta su cama; lo reconoció por su trabajo de<br />

Fonnesbech’s. Era un perfume que iba en un frasquito con una borla de malla dorada,<br />

pero Lili no conseguía acordarse de su nombre. Eau-de-Provence, o algo por el estilo.<br />

¿O sería <strong>La</strong> Fille de Provence? Nada, que no lo sabía. Y no conseguía abrir los ojos<br />

para saludarla. No podía hablar, no podía decir nada, no podía levantar la mano para<br />

hacer un ademán de saludo. Se dio cuenta de que Carlisle y Anna estaban de pie al<br />

lado de su cama y no podía hacer nada para indicarles que sabía que estaban allí.<br />

Al día siguiente, después de comer, Carlisle y Anna pusieron a Lili entre los dos<br />

en su silla de ruedas de mimbre.<br />

—Hace demasiado buen tiempo para no salir al aire libre —decía Carlisle<br />

mientras la arropaba bien.<br />

Anna envolvió la cabeza de Lili en una larga bufanda color rojo purpúreo, hasta<br />

formar un turbante que hacía juego con el suyo. Y luego los dos empujaron la silla de<br />

ruedas hacia el jardín trasero de la clínica, y la dejaron junto a un grosellero.<br />

—¿Te gusta el sol, Lili? —preguntó Anna—. ¿Te gusta estar aquí?<br />

En el césped había otras <strong>chica</strong>s. Era domingo y algunas tenían visitantes que les<br />

habían traído revistas y cajas de bombones. Había una mujer con falda plisada y blusa<br />

moteada que daba a una <strong>chica</strong> bombones envueltos en papel dorado de la tienda de la<br />

Unter den Linden.<br />

Lili veía a Frau Krebs en el jardín de invierno vigilando el césped y a las <strong>chica</strong>s<br />

en la curva del Elba. A esa distancia parecía pequeña, tan pequeña como una niña. De<br />

pronto, desapareció. Era su tarde libre, y a todas las <strong>chica</strong>s les gustaba cotillear sobre<br />

lo que hacía Frau Krebs en su tiempo libre, aunque la verdad era que se lo pasaba en<br />

su jardín con una azada.<br />

—¿Qué tal si vamos a dar un paseo? —dijo Carlisle aflojando el freno de mano y<br />

empujando la silla de ruedas de Lili por el césped. Había agujeros de madrigueras de<br />

conejos sobre los que las ruedas rebotaban, y, aunque esto le dolía, Lili no podía sino<br />

sentirse contenta por encontrarse en el jardín de la clínica en compañía de Carlisle y<br />

de Anna.<br />

—¿Bajamos hasta el Elba? —preguntó Lili al ver que Carlisle estaba alejándola<br />

del camino de tierra apisonada que conducía al río.<br />

—Sí, lleguemos hasta allí —dijo Anna, y los dos empujaron a Lili a través de una<br />

cortina de sauces.<br />

Iban rápido, y Lili se agarraba a los brazos de la silla cuando ésta chocaba con<br />

raíces y piedras.<br />

www.lectulandia.com - Página 249

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