La chica danesa

Una novela de David Ebershoff Una novela de David Ebershoff

02.05.2017 Views

—¿Qué puede decirme? —preguntaba Carlisle. —Pues poca cosa. Hoy parece igual. Estoy tratando de estabilizarla cada vez más. —¿Hay alguna cosa que deberíamos hacer por ella? —Nada, dejarla dormir, lo que necesita es descansar. Lili se volvía de un lado y se quedaba dormida, pues quería por encima de todo obedecer las órdenes del profesor. Lo único que sabía era que el profesor siempre tenía razón. Un día la despertó una voz que se oyó en el pasillo. Era una voz conocida, una voz del pasado, metálica y fuerte. —¿Qué está haciendo por ella? —oyó Lili decir a Anna—. ¿Es que no tiene ninguna otra idea? —No empezó a preocuparse hasta hace un par de días —dijo Carlisle—. Hasta ayer no admitió que la infección debería estar ya curada. —¿Qué podemos hacer nosotros? —Eso mismo me he estado preguntando. Bolk dice que no hay nada que hacer. —¿Está tomando alguna medicación? Y entonces se oyó en el pasillo el choque de dos carritos, y Lili ya no pudo oír las voces, excepto la de Frau Krebs diciendo a una enfermera que tuviese más cuidado. —El trasplante no funciona —dijo Carlisle—, no va a haber más remedio que extraer el útero. —Y añadió—: ¿Cuánto tiempo piensas quedarte aquí? —Una semana. Tengo dos representaciones de Carmen en la Opernhaus. —Sí, ya sé. Antes de la operación Lili y yo salimos un día y Lili vio el cartel. Sabía que vendrías a fines de verano. Estaba impaciente por volverte a ver. —Y también por su matrimonio. —¿Sabes algo de Greta? —preguntó Carlisle. —Me escribió. Debe de estar ya en Pasadena. Instalada. ¿Ya sabes lo de ella y Hans? —También yo debería volver —dijo Carlisle. Lili no pudo oír lo que dijo Anna a continuación. Se preguntó por qué Anna no había entrado todavía en su habitación. Se la imaginaba entrando como un torrente y echando a un lado la cortina amarilla. Llevaría una blusa de seda verde con cuentas en el cuello, un turbante haciendo juego, como una torre sobre su cabeza. Sus labios estarían tan relucientes como la sangre, y Lili se imaginaba la marca que dejarían en su mejilla. Pensó llamarla desde la cama: «¡Anna!» Llorando: «¿Anna, es que no vas a entrar a saludarme?» Pero tenía la garganta seca, y se sentía incapaz de abrir la boca para decir nada, nada en absoluto. Lo más que podía hacer era volver la cabeza para mirar la puerta. —¿Es grave? —preguntó Anna, en el pasillo. —Lo que pasa es que Bolk no ha dicho, en realidad, lo que puede pasar ahora. Y luego ya no se dijeron nada, y Lili se quedó echada en la cama, inmóvil, sin otra agitación que el lento latir de su corazón. ¿Adónde habían ido Carlisle y Anna? www.lectulandia.com - Página 248

—¿Está durmiendo ahora? —dijo Anna finalmente. —Sí. Le dan inyecciones de morfina a primera hora de la tarde. ¿Puedes volver mañana después de comer? —dijo Carlisle—. Pero saca ahora la cabeza y echa una ojeada. Y así podré decirle que has estado aquí. Lili oyó el ruido de la puerta al entreabrirse y sintió que otra persona entraba en la habitación: era el suave agitarse del aire, el cambio casi imperceptible de temperatura. El perfume de Anna llegó hasta su cama; lo reconoció por su trabajo de Fonnesbech’s. Era un perfume que iba en un frasquito con una borla de malla dorada, pero Lili no conseguía acordarse de su nombre. Eau-de-Provence, o algo por el estilo. ¿O sería La Fille de Provence? Nada, que no lo sabía. Y no conseguía abrir los ojos para saludarla. No podía hablar, no podía decir nada, no podía levantar la mano para hacer un ademán de saludo. Se dio cuenta de que Carlisle y Anna estaban de pie al lado de su cama y no podía hacer nada para indicarles que sabía que estaban allí. Al día siguiente, después de comer, Carlisle y Anna pusieron a Lili entre los dos en su silla de ruedas de mimbre. —Hace demasiado buen tiempo para no salir al aire libre —decía Carlisle mientras la arropaba bien. Anna envolvió la cabeza de Lili en una larga bufanda color rojo purpúreo, hasta formar un turbante que hacía juego con el suyo. Y luego los dos empujaron la silla de ruedas hacia el jardín trasero de la clínica, y la dejaron junto a un grosellero. —¿Te gusta el sol, Lili? —preguntó Anna—. ¿Te gusta estar aquí? En el césped había otras chicas. Era domingo y algunas tenían visitantes que les habían traído revistas y cajas de bombones. Había una mujer con falda plisada y blusa moteada que daba a una chica bombones envueltos en papel dorado de la tienda de la Unter den Linden. Lili veía a Frau Krebs en el jardín de invierno vigilando el césped y a las chicas en la curva del Elba. A esa distancia parecía pequeña, tan pequeña como una niña. De pronto, desapareció. Era su tarde libre, y a todas las chicas les gustaba cotillear sobre lo que hacía Frau Krebs en su tiempo libre, aunque la verdad era que se lo pasaba en su jardín con una azada. —¿Qué tal si vamos a dar un paseo? —dijo Carlisle aflojando el freno de mano y empujando la silla de ruedas de Lili por el césped. Había agujeros de madrigueras de conejos sobre los que las ruedas rebotaban, y, aunque esto le dolía, Lili no podía sino sentirse contenta por encontrarse en el jardín de la clínica en compañía de Carlisle y de Anna. —¿Bajamos hasta el Elba? —preguntó Lili al ver que Carlisle estaba alejándola del camino de tierra apisonada que conducía al río. —Sí, lleguemos hasta allí —dijo Anna, y los dos empujaron a Lili a través de una cortina de sauces. Iban rápido, y Lili se agarraba a los brazos de la silla cuando ésta chocaba con raíces y piedras. www.lectulandia.com - Página 249

—¿Qué puede decirme? —preguntaba Carlisle.<br />

—Pues poca cosa. Hoy parece igual. Estoy tratando de estabilizarla cada vez más.<br />

—¿Hay alguna cosa que deberíamos hacer por ella?<br />

—Nada, dejarla dormir, lo que necesita es descansar.<br />

Lili se volvía de un lado y se quedaba dormida, pues quería por encima de todo<br />

obedecer las órdenes del profesor. Lo único que sabía era que el profesor siempre<br />

tenía razón.<br />

Un día la despertó una voz que se oyó en el pasillo. Era una voz conocida, una<br />

voz del pasado, metálica y fuerte.<br />

—¿Qué está haciendo por ella? —oyó Lili decir a Anna—. ¿Es que no tiene<br />

ninguna otra idea?<br />

—No empezó a preocuparse hasta hace un par de días —dijo Carlisle—. Hasta<br />

ayer no admitió que la infección debería estar ya curada.<br />

—¿Qué podemos hacer nosotros?<br />

—Eso mismo me he estado preguntando. Bolk dice que no hay nada que hacer.<br />

—¿Está tomando alguna medicación?<br />

Y entonces se oyó en el pasillo el choque de dos carritos, y Lili ya no pudo oír las<br />

voces, excepto la de Frau Krebs diciendo a una enfermera que tuviese más cuidado.<br />

—El trasplante no funciona —dijo Carlisle—, no va a haber más remedio que<br />

extraer el útero. —Y añadió—: ¿Cuánto tiempo piensas quedarte aquí?<br />

—Una semana. Tengo dos representaciones de Carmen en la Opernhaus.<br />

—Sí, ya sé. Antes de la operación Lili y yo salimos un día y Lili vio el cartel.<br />

Sabía que vendrías a fines de verano. Estaba impaciente por volverte a ver.<br />

—Y también por su matrimonio.<br />

—¿Sabes algo de Greta? —preguntó Carlisle.<br />

—Me escribió. Debe de estar ya en Pasadena. Instalada. ¿Ya sabes lo de ella y<br />

Hans?<br />

—También yo debería volver —dijo Carlisle.<br />

Lili no pudo oír lo que dijo Anna a continuación. Se preguntó por qué Anna no<br />

había entrado todavía en su habitación. Se la imaginaba entrando como un torrente y<br />

echando a un lado la cortina amarilla. Llevaría una blusa de seda verde con cuentas<br />

en el cuello, un turbante haciendo juego, como una torre sobre su cabeza. Sus labios<br />

estarían tan relucientes como la sangre, y Lili se imaginaba la marca que dejarían en<br />

su mejilla. Pensó llamarla desde la cama: «¡Anna!» Llorando: «¿Anna, es que no vas<br />

a entrar a saludarme?» Pero tenía la garganta seca, y se sentía incapaz de abrir la boca<br />

para decir nada, nada en absoluto. Lo más que podía hacer era volver la cabeza para<br />

mirar la puerta.<br />

—¿Es grave? —preguntó Anna, en el pasillo.<br />

—Lo que pasa es que Bolk no ha dicho, en realidad, lo que puede pasar ahora.<br />

Y luego ya no se dijeron nada, y Lili se quedó echada en la cama, inmóvil, sin<br />

otra agitación que el lento latir de su corazón. ¿Adónde habían ido Carlisle y Anna?<br />

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