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chicos delgados cargar sus maletas y cajas en el vientre plateado del aeroplano. Más<br />
allá había un grupo de gente en torno a una plataforma, donde un hombre con<br />
sombrero de copa estaba pronunciando un discurso. Llevaba barba, y una banderita<br />
<strong>danesa</strong> ondeaba al viento en una esquina de su atril. Detrás de él estaba el Graff<br />
Zeppelin, largo y plateado como una enorme bala acanalada. <strong>La</strong> gente que rodeaba al<br />
que hablaba comenzó a blandir banderitas <strong>danesa</strong>s. Greta había leído en Politiken que<br />
el zepelín iba a hacer un vuelo polar, y observó a la muchedumbre mientras lo veía<br />
flotar sobre el aeródromo.<br />
—¿Crees que lo conseguirán? —preguntó Hans.<br />
Hans había cogido su maleta de cuero, y el aeroplano ya estaba esperándolos.<br />
—¿Y por qué no? —contestó Greta.<br />
El hombre que pronunciaba el discurso era un político al que Greta no reconocía.<br />
Probablemente era candidato al Parlamento. Y detrás de él estaba el capitán del Graff<br />
Zeppelin, Franz Josef <strong>La</strong>nd, con gorro de piel de foca. No sonreía. Tenía las cejas<br />
fruncidas sobre las gafas, y parecía preocupado.<br />
—Ya es hora —dijo Hans.<br />
Greta lo cogió por el codo y los dos buscaron sus asientos en el aeroplano. Greta<br />
veía el zepelín por la ventanilla, y la gente, que se apartaba del avión. Hombres en<br />
mangas de camisa y con tirantes comenzaban los preparativos del vuelo polar. El<br />
capitán del zepelín estaba erguido a la entrada de su pequeña cabina, despidiéndose<br />
de la gente.<br />
—Parece no estar seguro de que va a volver —dijo Greta mientras la puerta del<br />
avión se cerraba.<br />
<strong>La</strong> travesía en el Empress of Britain fue agradable. Los pasajeros se sentaban en sus<br />
tumbonas a rayas en la cubierta, y Greta pensaba en la gimnasia que hacía cuando<br />
tenía diez años. Ensambló su caballete, apretando los tornillos para encajar las patas.<br />
Sacó un lienzo de una de sus maletas y lo clavó al marco. Y en la cubierta del barco<br />
comenzó a pintar de memoria: las colinas de Pasadena, más allá del Arroyo Seco, que<br />
estaba reseco y pardusco a comienzos de verano, los jacarandaes que habían perdido<br />
sus flores, y los lirios que se abrumaban con tanto calor. Cerrando los ojos, veía todo<br />
eso.<br />
Por las mañanas, Hans se quedaba solo en su camarote, mirando sus papeles y<br />
preparando su llegada a California, donde se iban a casar en la mansión de los Waud.<br />
Entrada la tarde, salía a sentarse junto a ella.<br />
—Bueno, ya estamos de camino —solía decir.<br />
—Camino de casa —respondía ella—. Nunca pensé que me fuese a gustar volver<br />
a casa.<br />
A esto había llegado, pensaba Greta una y otra vez, mojando la punta húmeda del<br />
pincel en la pintura. El pasado que se alejaba, el futuro que se le abría. Y ella siempre<br />
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