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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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chicos delgados cargar sus maletas y cajas en el vientre plateado del aeroplano. Más<br />

allá había un grupo de gente en torno a una plataforma, donde un hombre con<br />

sombrero de copa estaba pronunciando un discurso. Llevaba barba, y una banderita<br />

<strong>danesa</strong> ondeaba al viento en una esquina de su atril. Detrás de él estaba el Graff<br />

Zeppelin, largo y plateado como una enorme bala acanalada. <strong>La</strong> gente que rodeaba al<br />

que hablaba comenzó a blandir banderitas <strong>danesa</strong>s. Greta había leído en Politiken que<br />

el zepelín iba a hacer un vuelo polar, y observó a la muchedumbre mientras lo veía<br />

flotar sobre el aeródromo.<br />

—¿Crees que lo conseguirán? —preguntó Hans.<br />

Hans había cogido su maleta de cuero, y el aeroplano ya estaba esperándolos.<br />

—¿Y por qué no? —contestó Greta.<br />

El hombre que pronunciaba el discurso era un político al que Greta no reconocía.<br />

Probablemente era candidato al Parlamento. Y detrás de él estaba el capitán del Graff<br />

Zeppelin, Franz Josef <strong>La</strong>nd, con gorro de piel de foca. No sonreía. Tenía las cejas<br />

fruncidas sobre las gafas, y parecía preocupado.<br />

—Ya es hora —dijo Hans.<br />

Greta lo cogió por el codo y los dos buscaron sus asientos en el aeroplano. Greta<br />

veía el zepelín por la ventanilla, y la gente, que se apartaba del avión. Hombres en<br />

mangas de camisa y con tirantes comenzaban los preparativos del vuelo polar. El<br />

capitán del zepelín estaba erguido a la entrada de su pequeña cabina, despidiéndose<br />

de la gente.<br />

—Parece no estar seguro de que va a volver —dijo Greta mientras la puerta del<br />

avión se cerraba.<br />

<strong>La</strong> travesía en el Empress of Britain fue agradable. Los pasajeros se sentaban en sus<br />

tumbonas a rayas en la cubierta, y Greta pensaba en la gimnasia que hacía cuando<br />

tenía diez años. Ensambló su caballete, apretando los tornillos para encajar las patas.<br />

Sacó un lienzo de una de sus maletas y lo clavó al marco. Y en la cubierta del barco<br />

comenzó a pintar de memoria: las colinas de Pasadena, más allá del Arroyo Seco, que<br />

estaba reseco y pardusco a comienzos de verano, los jacarandaes que habían perdido<br />

sus flores, y los lirios que se abrumaban con tanto calor. Cerrando los ojos, veía todo<br />

eso.<br />

Por las mañanas, Hans se quedaba solo en su camarote, mirando sus papeles y<br />

preparando su llegada a California, donde se iban a casar en la mansión de los Waud.<br />

Entrada la tarde, salía a sentarse junto a ella.<br />

—Bueno, ya estamos de camino —solía decir.<br />

—Camino de casa —respondía ella—. Nunca pensé que me fuese a gustar volver<br />

a casa.<br />

A esto había llegado, pensaba Greta una y otra vez, mojando la punta húmeda del<br />

pincel en la pintura. El pasado que se alejaba, el futuro que se le abría. Y ella siempre<br />

www.lectulandia.com - Página 244

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