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enqueando, a su zaga.<br />
En el cementerio había una cruz de madera donde ponía WEGENER.<br />
—Es su padre —explicó Hans.<br />
Una tumba cubierta de hierba a la sombra de un aliso rojo. El cementerio estaba<br />
al lado de una iglesia enjalbegada y el terreno era desigual, y pedregoso, y el sol<br />
quemaba el rocío del centeno, lo que impregnaba el aire de un olor dulce.<br />
—Tengo sus cuadros —dijo ella.<br />
—Consérvalos —respondió Hans, cuya mano seguía sobre su espalda.<br />
—¿Cómo era de niño?<br />
—Era un chico pequeño, con un secreto. Eso es todo. No se diferenciaba en nada<br />
de los demás.<br />
El sol estaba alto y no había nubes, y el viento corría entre las hojas del aliso rojo.<br />
Greta dejó de pensar en el pasado y en el futuro. El verano en Jutlandia, nada distinto<br />
del verano de los días de la juventud de Einar, de los días en que era, sin duda, un<br />
chico contento y a la vez triste. Y ella había vuelto a su casa sin él. Greta Waud, alta<br />
en medio de la hierba, cuya sombra se proyectaba sobre las tumbas, había vuelto a su<br />
casa sin él.<br />
Durante el viaje de vuelta a Copenhague, Hans dijo:<br />
—¿Y qué me dices de California? ¿Sigue en pie que vamos?<br />
Los doce cilindros del Horch funcionaban llenos de potencia, y Greta sentía su<br />
vibración en la piel. El sol relucía y la capota estaba bajada; un pedacito de papel<br />
daba vueltas en torno a los tobillos de Greta.<br />
—¿Qué dices? —gritó, sujetándose el pelo con una mano.<br />
—Que si vamos a California juntos.<br />
Y justo mientras el viento se apresuraba a su alrededor y le levantaba el pelo y el<br />
vestido, y se llevaba de allí el pedacito de papel, los pensamientos de Greta<br />
comenzaron a arremolinarse caóticamente en su cabeza: su pequeña habitación de<br />
Pasadena y la ventana de arco que daba a los rosales; la casita que estaba al borde del<br />
Arroyo Seco, ocupada ahora por inquilinos, un matrimonio y un niño pequeño; las<br />
ventanas ciegas del viejo estudio de alfarero de Teddy Cross en Colorado Street,<br />
transformado después del incendio en una imprenta; los miembros de la Sociedad de<br />
Artes y Oficios de Pasadena, con sus boinas de fieltro. ¿Cómo iba a poder volver a<br />
eso? Pero había más cosas en su cabeza, y entonces pensó en el patio musgoso de la<br />
casita, donde, a la luz que se filtraba a través de las hojas del aguacate, pintó su<br />
primer retrato de Teddy Cross; y las pequeñas casas que Carlisle estaba construyendo<br />
en las calles que salían del California Boulevard, donde se instalaban parejas de<br />
recién casados de Illinois; y las plantaciones de naranjas. Greta miró al cielo, cuyo<br />
azul pálido le recordaba los platos antiguos que colgaban de la pared del comedor<br />
pequeño de la baronesa. Corría junio, y en Pasadena el centeno estaría ya agostado, y<br />
las palmeras tendrían las hojas frágiles, y ya las doncellas habrían llevado las<br />
tumbonas a los porches. Había un porche en la parte trasera de la casa; sus persianas<br />
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