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parar—: Me gustaría que vinieses conmigo a Dresde, Greta, para ayudarme a<br />
restablecerme. El profesor piensa que deberías venir. Dice que necesitaré a alguien<br />
allí después. No te importará venir, ¿verdad que no, Greta? Vendrás conmigo,<br />
¿verdad que sí, Greta? Sólo por última vez, la última, de verdad.<br />
—Te haces cargo de que esta vez la cosa va de veras, ¿no? —dijo Greta.<br />
—¿Qué quieres decir?<br />
El dolor crecía tan rápidamente, que Lili comenzaba a no ver bien. Se sentó con el<br />
torso inclinado sobre las piernas. En cuanto encontrase las píldoras, se sentiría<br />
aliviada en unos pocos minutos, menos de cinco. Pero en aquel preciso instante era<br />
como si le cortasen el abdomen con un cuchillo. Pensó en sus ovarios. Estaban vivos,<br />
tal como le había prometido el profesor Bolk. Era como si los sintiese en su interior,<br />
hinchados y latiendo, aún curándose, casi un año después de la operación. ¿Dónde<br />
había dejado la cajita de las píldoras, y qué quería decir Greta con lo de que esa vez la<br />
cosa iba de veras? Miró al fondo de la habitación, donde Greta se desabrochaba la<br />
bata de pintar y la colgaba de un gancho junto a la puerta de la cocina.<br />
—Lo siento —dijo Greta—, pero no puedo.<br />
—¿No puedes encontrar la cajita de mis píldoras? —dijo Lili, pestañeando para<br />
limpiarse de lágrimas los ojos—. Mira en el ropero. A lo mejor la puse allí.<br />
En aquel momento, Lili sintió que iba a desmayarse a causa del calor y las<br />
píldoras, que no aparecían, y de la violenta angustia que la inundaba, y de que Greta<br />
diera vueltas por el apartamento diciendo: No puedo, no quiero.<br />
<strong>La</strong> mano de Greta se hundió en el cajón del fondo del armario ropero de fresno.<br />
Sacó una cajita de esmalte y se la tendió a Lili al mismo tiempo que le decía, con voz<br />
entrecortada por los sollozos:<br />
—Mira, lo siento, pero no puedo ir contigo. No quiero que vayas, y por eso no<br />
pienso acompañarte. —Se puso a temblar—. Tendrás que ir a Dresde sola.<br />
—Si Greta no quiere llevarte —dijo Carlisle—, te llevaré yo.<br />
Había llegado a Copenhague a pasar el verano, y por las tardes, después de su<br />
trabajo en Fonnesbech’s, Lili iba a veces a verlo al Palace Hotel. Se sentaban ante la<br />
ventana abierta y veían las sombras subir por las paredes de ladrillo de los edificios<br />
de la plaza del Ayuntamiento y observaban a la gente joven, con sus finas ropas de<br />
verano, reuniéndose para ir a los clubes de jazz de Nørrevold.<br />
—Greta siempre hace lo que quiere —le había comentado Carlisle, pero Lili lo<br />
corrigió:<br />
—No siempre. Ha cambiado.<br />
Comenzaron a prepararse para el viaje. Sacaron pasajes para el ferry de Danzig, y<br />
Lili, un día, aprovechando su hora de comer, se compró dos batas nuevas en el<br />
departamento de señoras de Fonnesbech’s. Le dijo a su encargada, que se cruzó de<br />
brazos en el momento en que empezó a hablarle, que se iba en una semana.<br />
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