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dormía al pie del armario ropero; estaba artrítico, y sus funciones corporales eran<br />
inestables. Lili había empezado a sugerir que había llegado el momento de<br />
sacrificarlo, pero Greta protestaba casi con lágrimas en los ojos.<br />
—El profesor Bolk sabe lo que se hace —dijo Lili.<br />
—No le creo.<br />
—Pues yo sí.<br />
—No es posible embarazar a un hombre. Y eso es lo que te promete que hará<br />
contigo. Nunca se conseguirá. Ni contigo ni con nadie. Eso es algo que jamás será<br />
posible.<br />
Eso, a Lili, la irritó. <strong>La</strong> protesta de Greta la hirió en lo más hondo, y sus ojos se<br />
humedecieron.<br />
—Tampoco creía nadie que a un hombre se lo pudiera convertir en mujer, ¿no es<br />
así? ¿Quién habría creído que tal cosa fuese posible? Nadie, sólo tú y yo. Tú y yo lo<br />
creímos, y ahora fíjate en mí. Ocurrió porque sabíamos que podía ocurrir.<br />
Lili lloraba al decir esto. Que Greta le llevase la contraria la disgustaba<br />
profundamente.<br />
—¿Me prometes que lo pensarás un poco más, Lili?<br />
—Ya lo he pensado.<br />
—No, piénsalo más. Piénsalo a fondo.<br />
Lili no dijo nada. Tenía el rostro apoyado en la ventana. Del piso de abajo llegó el<br />
sonido de pisadas de botas; luego se oyó el chillido de un fonógrafo.<br />
—Estoy preocupada —dijo Greta—. Preocupada por ti.<br />
A medida que la luz del sol avanzaba sobre el parqué, y en la calle resonaba otra<br />
bocina de automóvil, y el marinero seguía llamando a gritos a su mujer, Lili sentía<br />
que algo se afirmaba en su interior. Greta ya no podía decirle lo que tenía que hacer.<br />
El cuadro estaba terminado, y Greta se volvió para enseñárselo. El dobladillo era<br />
como gasa contra las piernas, y el ramillete de rosas parecía milagrosamente florecido<br />
en su regazo. «Ojalá fuese yo la mitad de bella que ella», pensó Lili. Y, de pronto, se<br />
le ocurrió enviar el cuadro a Henrik como regalo de boda.<br />
—El profesor Bolk me espera la semana que viene —dijo Lili.<br />
Le volvía el dolor, y se miró el reloj de pulsera. ¿Habían pasado ya ocho horas<br />
desde que se tomó la píldora anterior? Comenzó a hurgar en el bolso en busca de la<br />
cajita de esmalte.<br />
—El profesor y Frau Krebs saben ya que voy a volver, y me tienen preparada<br />
habitación —dijo mientras abría los cajones de la cocina, buscando la cajita.<br />
Era terrible lo rápidamente que volvía a veces el dolor; a partir de nada, hasta<br />
llegar a ser violento, y sólo en unos pocos minutos. Era como la vuelta de un espíritu<br />
maligno.<br />
—¿Has visto la cajita de mis píldoras? —preguntó Lili—. Pensaba que estaría en<br />
mi bolso. O a lo mejor en el alféizar. ¿<strong>La</strong> has visto, Greta? —Con el calor y el dolor,<br />
la respiración se le volvía jadeante. Añadió—: ¿Sabes dónde está? —Y enseguida, sin<br />
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