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entrañas: su larga vida íntima juntas había quedado reducida a casi nada.<br />
Greta llevaba ya casi una semana pintando el retrato, e iba bien: la luz en el rostro<br />
de Lili estaba viva, y era justa, como también estaban vivos sus ojos hundidos y el<br />
tenue resto de azul en sus sienes, así como el intenso calor que ardía tímidamente en<br />
la garganta de Lili. En pie ante el caballete, Greta decía todo esto a Lili.<br />
—Este retrato va a ser precioso —decía Greta—, por fin estoy de nuevo en el<br />
buen camino, pero mis esfuerzos me ha costado, ¿verdad, Lili? Estaba empezando a<br />
desesperar.<br />
A lo largo del año anterior, Greta había pintado cuadros apresurados y mal<br />
concebidos. Un retrato de Lili, por ejemplo, la mostraba grotesca, con pupilas negras<br />
y grasientas, el pelo encrespado a causa de la electricidad estática, y los labios<br />
hinchados y relucientes, mientras las venas de las sienes eran chillonas y verdes.<br />
Otros tenían poco parecido, o eran flojos de colorido y de idea. No todos eran malos,<br />
pero había demasiados que sí, y Lili se daba cuenta de que Greta pasaba por un mal<br />
momento. No era como en los años de París, cuando todo lo que pintaba tenía una<br />
calidad que brillaba con luz propia, cuando la gente se quedaba mirando los retratos<br />
de Lili y se frotaba la barbilla y decía: «¿Quién será esta <strong>chica</strong>?» Pero más<br />
sorprendente todavía era que había perdido el deseo de trabajar. Dejaba pasar cada<br />
vez más días sin pintar nada, lo que hacía que Lili, perpleja, mientras trabajaba en<br />
Fonnesbech’s se preguntase cómo ocuparía Greta su tiempo.<br />
—Es que todavía no he acabado de acostumbrarme a estar en Copenhague de<br />
nuevo —decía Greta a veces—. Pensaba que nos habíamos ido de aquí para siempre.<br />
En otras ocasiones se limitaba a decir que no estaba de humor para pintar, un<br />
sentimiento tan extraño en ella que Lili solía replicar:<br />
—Pero, dime, ¿es que no te encuentras bien?<br />
Sin embargo, aquella mañana de comienzos de verano el último retrato pintado<br />
por Greta iba viento en popa y ella charlaba animadamente, como todas las mañanas<br />
de aquella semana. Estaba diciendo:<br />
—Me parece que no te hablé nunca de que le pedí a mi madre que posase para un<br />
retrato. Fue cuando volví a Pasadena a causa de la guerra. Ella, entonces, era muy<br />
mandona, llevaba la casa y el jardín, y estaba siempre pendiente de que algún macizo<br />
no estuviese podado a la perfección. ¡Pobre del jardinero si dejaba una hoja, una sola<br />
hoja, fuera de lugar! En fin, que un día le dije que me gustaría pintarla. Primero lo<br />
pensó, y luego me dijo que me pusiera de acuerdo con el mayordomo, que se llamaba<br />
Ito, para las horas. Quedamos en cinco sesiones, y nos veríamos en el comedor<br />
pequeño, donde por la mañana había buena luz. Entonces yo salía con Teddy Cross, y<br />
mi madre lo sabía, pero no quería oír hablar de ello. Tenía dieciocho años y rebosaba<br />
de amor. Sólo pensaba en Teddy Cross. Siempre estaba hablando de Teddy,<br />
recordando a Teddy, cómo decía las cosas con su voz larga y lenta, cómo se curvaba<br />
de hombros, cómo sentía su pelo en mi mano. Pero mi madre no quería oír una sola<br />
palabra sobre él, y levantaba, imperiosa, la mano apenas empezaba. Bueno, pues<br />
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