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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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27<br />

A finales de la primavera ya se habían abierto los relucientes brotes verdes de los<br />

sauces del parque Ørsted, y las rosas tempranas ponían una nota de color en los<br />

macizos de flores que había en torno al castillo de Rosenberg. <strong>La</strong> larga cubierta<br />

invernal del cielo se había levantado, y el atardecer comenzaba a alargarse hacia los<br />

calores estivales.<br />

Lili, que estaba mucho mejor, aceptó —de la misma manera que un niño acepta<br />

un beso de su madre— la proposición de matrimonio de Henrik. Se le declaró la<br />

noche antes de salir para Nueva York en el Albert Herring. Había hecho sus maletas y<br />

baúles de asas magulladas y embalado sus cuadros y sus pinceles.<br />

—¡A Nueva York! —no hacía más que decir Henrik—. ¡A Nueva York!<br />

Y Lili, que ya había mencionado a las otras dependientas de Fonnesbech’s la<br />

partida inminente de Henrik, levantó la cabeza y dijo:<br />

—¿Sin mí?<br />

Se hallaban en el estudio de Henrik, en Christianshavn, y el olor del canal les<br />

llegaba por la ventana. El estudio estaba vacío, sólo había en él equipaje y cajas<br />

marcadas con letras rojas que decían HENRIK SANDAHL, NUEVA YORK. Al<br />

retirar los muebles, había quedado al descubierto abundante polvo y grumos de<br />

pelusa, que se levantaban de los rincones impulsados por la corriente procedente de la<br />

ventana y flotaban en el aire. Henrik, que poco antes se había cortado el pelo, y lo<br />

había reducido a una delgada capa de rizos, dijo:<br />

—Ya te lo he dicho, y te lo repito ahora, ¿por qué no te casas conmigo?<br />

Eso era lo que siempre había querido Lili. Sabía que algún día se casaría; a veces,<br />

cuando pensaba en ello, se decía que el papel más importante que podía desempeñar<br />

en su vida era el de mujer de un hombre, mujer de Henrik. Era un pensamiento tonto,<br />

hasta ella lo sabía, y jamás se lo confesaría a Greta, que no pensaba así ni mucho<br />

menos. Pero ésta era su manera de pensar y sentir. Se imaginaba yendo de compras<br />

por el segundo piso de Fonnesbech’s, donde la ropa de hombre colgaba de perchas,<br />

tocando las telas de las camisas hasta encontrar la que mejor le sentaría a Henrik. Se<br />

imaginaba un bolso de la compra de malla, lleno hasta reventar de comestibles —<br />

filetes de salmón, patatas, un poco de perejil— que se iban a convertir en su cena. Se<br />

imaginaba la oscuridad que caería sobre su cama de matrimonio y cómo se hundiría<br />

el colchón cuando Henrik se le acercase.<br />

—Quiero que sepas una cosa de mí —le dijo Lili recordando la escena en el<br />

parque de Ørsted, años atrás, cuando salió corriendo y lo dejó plantado, mientras él<br />

gritaba su nombre—. Antes de que nos casemos.<br />

—Dime lo que quieras.<br />

—Cuando nací no me llamaba Lili Elbe.<br />

www.lectulandia.com - Página 226

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