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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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—Pero es que no puedo.<br />

—¿Y por qué no?<br />

Greta no lo dijo, porque sabía muy bien que parecería absurdo. Pero ¿quién<br />

cuidaría de Lili? En aquel momento pensó en Carlisle, que estaría tomando el sol<br />

sobre una tumbona de lona en la cubierta del Estonia.<br />

—Mira, Greta, es que podrías ayudarme —dijo Hans.<br />

—¿Ayudarte?<br />

—Sí, en Estados Unidos.<br />

Greta dio un paso atrás para alejarse de Hans; éste siempre le había parecido más<br />

alto que ella pero hasta aquel momento no se había dado cuenta de lo mucho que lo<br />

era. Ya era tarde, y todavía no habían cenado. Eduardo IV sorbía sonoramente el agua<br />

de su cuenco. Hans era el amigo de la infancia de su marido, y, sin embargo, ella ya<br />

no lo veía así; era como si esa parte de Hans, esos recuerdos asociados con Hans, se<br />

hubiesen desvanecido para siempre junto con Einar.<br />

—Piénsalo —dijo Hans.<br />

—Te puedo dar nombres de gente que puede introducirte en el mundo del arte.<br />

También te escribiré cartas de presentación, si crees que las necesitas. Eso no me<br />

costará nada en absoluto —le dijo.<br />

—No, mujer, no es eso, ¿es que no te das cuenta?<br />

—¿Cuenta de qué?<br />

Hans dejó caer su mano sobre la espalda de Greta.<br />

—Pero ¿qué hacemos con Lili?<br />

—Se las arreglará muy bien sola —dijo Hans.<br />

—No podría dejarla sola —dijo Greta.<br />

<strong>La</strong> mano de Hans le acariciaba la cadera. Era una noche de primavera y las<br />

persianas se agitaban al viento; Greta pensó en la casa de la colina de Pasadena,<br />

donde en verano las ramas de los eucaliptos golpeaban los cristales.<br />

—Pues no vas a tener otro remedio —dijo Hans.<br />

<strong>La</strong> rodeó con sus brazos, y ella sintió el corazón de Hans, que latía contra la<br />

camisa, mientras el suyo se le subía a la garganta.<br />

Cuando llegó, Carlisle no se instaló en el cuarto de invitados, sino que tomó una<br />

habitación en el Palace Hotel, que daba a la plaza del Ayuntamiento y a la fuente de<br />

los tres dragones. Dijo que le gustaba el ruido que hacían los tranvías en los cruces de<br />

vías, y la voz del hombre que iba con su carrito vendiendo galletas picantes. Y<br />

también le gustaba mirar la larga pared de ladrillo del Tívoli, que acababa de abrir<br />

para iniciar una nueva temporada. Y el espectáculo de los asientos de la noria<br />

balanceándose al aire. Le gustaba la idea de ir a ver a Lili tras el mostrador de<br />

Fonnesbech’s, donde acababan de ponerle la insignia de mejor vendedora del mes. Y<br />

le gustaba tanto verla trabajar como paseándose por el Strøget charlando con las otras<br />

www.lectulandia.com - Página 223

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