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que otro avión en su blanca pista de aterrizaje.<br />
—Nadie compra nada —dijo Hans con la mano apoyada en la barbilla mientras<br />
estudiaba con atención los cuadros que Greta había distribuido por el cuarto—,<br />
prefiero esperar a que las cosas mejoren antes de decidirme a exponer esto. Ahora no<br />
es el momento. El año próximo, quizás.<br />
—¿El año que viene?<br />
Greta se apartó un poco para observar mejor su obra. Ninguno de aquellos<br />
cuadros era bello, ninguno tenía la pátina brillante que la había hecho famosa. Había<br />
olvidado la manera de crear la luz de fondo que daba vida al rostro de Lili. El único<br />
de aquellos cuadros que parecía tener algún mérito era el retrato del profesor Bolk:<br />
alto y de manos grandes, recio y fornido en su traje de lana de cuadros. Los demás no<br />
podían compararse con él. Greta no era tonta y se dio cuenta de que Hans, con la<br />
frente fruncida, estaba buscando la manera de decírselo.<br />
—Estaba pensando en irme a Norteamérica —dijo Hans—, para ver si puedo<br />
hacer negocio allí.<br />
—¿A Nueva York?<br />
—Y a California.<br />
—¿A California?<br />
Greta, al decir esto, se apoyó contra la pared, entre sus cuadros, y se imaginó a<br />
Hans quitándose el sombrero de fieltro por primera vez bajo el sol de Pasadena.<br />
Carlisle estaba a punto de llegar a Copenhague, vía Hamburgo. Había escrito que<br />
el invierno en Pasadena había sido seco, y que los macizos de amapolas ya se habían<br />
agostado en marzo. Esto, en respuesta a una carta de Greta que sólo contenía una<br />
frase: «Einar ha muerto». Y la respuesta de Carlisle fue: «Pasadena está reseca, y el<br />
río Los Ángeles no fluye. ¿Por qué no venís Lili y tú a hacernos una visita?» Y<br />
añadía: «¿Qué tal está Lili? ¿Se siente feliz?» Greta se había guardado esta carta en el<br />
bolsillo de su bata de pintar.<br />
Algunas veces, por la tarde, Greta iba a Fonnesbech’s para ver a Lili a través de<br />
los mostradores de guantes de cabritilla y los pañuelos de seda doblados en triángulo:<br />
Lili detrás del gran mostrador de cristal, con sus cuentas de ámbar contra el cuello de<br />
su uniforme y el pelo cayéndole sobre los ojos. Cuando una clienta pasaba por<br />
delante de ella, levantaba un dedo, y la clienta se paraba y se llevaba a la nariz un<br />
frasquito de perfume. Una sonrisa y una venta. Greta la observaba desde el otro lado<br />
del departamento, detrás de un expositor con paraguas que se vendían a mitad de<br />
precio. Había espiado a Lili en diversas ocasiones, y en la última de ellas, al volver a<br />
casa de Fonnesbech’s, la estaba esperando un telegrama de Carlisle: «Salgo el<br />
sábado.»<br />
Y ahora Hans le decía que pensaba hacer un viaje a California.<br />
—¿Por qué no te vienes conmigo? —dijo.<br />
—¿A California?<br />
—Sí, naturalmente —insistió—, y no me vengas ahora con que no puedes.<br />
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