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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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26<br />

Después de pensarlo, Greta no terminó el último retrato que había hecho de Lili. <strong>La</strong><br />

parte posterior de la cabeza no estaba bien, era demasiado gruesa y fofa; y la espalda<br />

era demasiado ancha: la extensión entre los hombros casi llenaba la superficie del<br />

lienzo. Era feo, y Greta lo enrolló y lo quemó en la estufa de pies de hierro que había<br />

en el rincón, y los humos de los colores le irritaron la garganta.<br />

No era el primer cuadro que le fallaba, ni sería el último. Había tratado de<br />

terminar el primer grupo de retratos desde su vuelta a Copenhague, pero, por mucho<br />

que lo intentaba, seguían pareciéndole mal concebidos. Lili quedaba, o bien<br />

demasiado grande, o bien extrañamente coloreada, o bien ocurría que la ensoñadora<br />

luz blanca que a Greta le gustaba pintar en las mejillas de Lili parecía requesón.<br />

Mientras Lili estaba en el departamento de perfumería de Fonnesbech’s, Greta<br />

recurrió en una ocasión a alquilar los servicios de un modelo de la Academia Real.<br />

Para ello eligió al muchacho más pequeño de la clase, un chico delgado y rubio con<br />

largas pestañas que llevaba los jerséis metidos dentro del pantalón. Colocó el baúl<br />

laqueado delante de la ventana y dijo al chico que se pusiera en pie sobre él, con las<br />

manos cogidas a la espalda.<br />

—No levantes los ojos de los pies —le ordenó Greta mientras preparaba su<br />

caballete.<br />

El lienzo estaba virgen, y parecía imposible esbozar nada sobre su superficie<br />

granulada. Greta dibujó la curva de la cabeza del chico y la línea de su costado. Pero,<br />

al cabo de una hora, el retrato comenzaba a tomar un aire como de caricatura, con<br />

grandes ojos acuosos y cintura de reloj de arena. En vista de ello, Greta le dio al chico<br />

diez coronas y lo mandó a su casa.<br />

Usó otros modelos: una apuesta mujer que era cocinera en el Palace Hotel, y un<br />

hombre con el bigote encerado, el cual, cuando Greta le dijo que se quedase en<br />

camiseta, resultó tener el pecho tan tupido como una alfombra.<br />

—El mercado está poniéndose difícil —dijo Hans la noche que fue a visitarla,<br />

cuando volvió al apartamento después de acompañar a Lili.<br />

<strong>La</strong> galería de Krystalgade había cerrado, y ahora tenía las ventanas enjalbegadas.<br />

Su dueño había desaparecido, y, según algunos, había huido a Polonia cargado de<br />

deudas, mientras otros decían que ahora se dedicaba a cargar cajones de curry en el<br />

muelle de la Compañía Asiática. <strong>La</strong> fábrica de porcelana de Henningsen, que había<br />

encargado veinte hornos más para producir cuencos de sopa para Norteamérica,<br />

acababa de cerrar. Los hornos de cemento del señor Petzholdt estaban ociosos. Los<br />

rumores se mezclaban con el olor a mantequilla que exhalaba la fábrica de margarina<br />

de Otto Mønsted. Y el aeródromo, que antes zumbaba como una colmena, estaba<br />

ahora reluciente y tranquilo, despidiendo a unos pocos emigrantes y recibiendo algún<br />

www.lectulandia.com - Página 221

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