La chica danesa
Una novela de David Ebershoff Una novela de David Ebershoff
últimamente: las comidas compartidas en la larga mesa, las tranquilas veladas en la Casa de las Viudas, jugando al póquer, hasta que ella volvía, la forma, muy poco característica de Greta, de confiar en Hans para todo, diciendo con creciente frecuencia: «Tengo que saber lo que piensa de esto Hans.» —¿Quieres casarte con ella? —le preguntó. —No se lo he propuesto. —Pero ¿se lo piensas proponer? —Si ella está de acuerdo… Lili no era celosa. Se sintió aliviada, aunque, al mismo tiempo, sentía el impulso de apresurados recuerdos: por ejemplo, Hans y Einar jugando a la entrada de la granja; el delantal colgando junto a la estufa; Greta casi persiguiendo a Einar por los pasillos de la Academia Real; Greta trotando por el pasillo de la iglesia de Saint Alban el día de su boda, apresurada como siempre. La vida de Lili había dado un cambio, y se sentía agradecida por ello. —Pero no se casará conmigo hasta que sepa que estás bien instalada y eres feliz. —¿Te lo ha dicho Greta? —No tiene necesidad de decírmelo. Se oyó otro alarido procedente del piso donde vivía el marinero y el golpe de una ventana al cerrarse. Lili y Hans sonrieron. A la luz de la farola, Hans parecía tan joven como un muchacho. Su mechón de pelo estaba erguido, sus mejillas eran sonrosadas. Lili veía cómo se mezclaban sus alientos. —¡Eres un putón! —aulló de pronto el marinero, como siempre. —¿He hecho algo malo? —preguntó Lili. —No —dijo Hans, que soltó las manos de Lili y le dio un beso de despedida en la frente—, pero tampoco Greta. www.lectulandia.com - Página 220
26 Después de pensarlo, Greta no terminó el último retrato que había hecho de Lili. La parte posterior de la cabeza no estaba bien, era demasiado gruesa y fofa; y la espalda era demasiado ancha: la extensión entre los hombros casi llenaba la superficie del lienzo. Era feo, y Greta lo enrolló y lo quemó en la estufa de pies de hierro que había en el rincón, y los humos de los colores le irritaron la garganta. No era el primer cuadro que le fallaba, ni sería el último. Había tratado de terminar el primer grupo de retratos desde su vuelta a Copenhague, pero, por mucho que lo intentaba, seguían pareciéndole mal concebidos. Lili quedaba, o bien demasiado grande, o bien extrañamente coloreada, o bien ocurría que la ensoñadora luz blanca que a Greta le gustaba pintar en las mejillas de Lili parecía requesón. Mientras Lili estaba en el departamento de perfumería de Fonnesbech’s, Greta recurrió en una ocasión a alquilar los servicios de un modelo de la Academia Real. Para ello eligió al muchacho más pequeño de la clase, un chico delgado y rubio con largas pestañas que llevaba los jerséis metidos dentro del pantalón. Colocó el baúl laqueado delante de la ventana y dijo al chico que se pusiera en pie sobre él, con las manos cogidas a la espalda. —No levantes los ojos de los pies —le ordenó Greta mientras preparaba su caballete. El lienzo estaba virgen, y parecía imposible esbozar nada sobre su superficie granulada. Greta dibujó la curva de la cabeza del chico y la línea de su costado. Pero, al cabo de una hora, el retrato comenzaba a tomar un aire como de caricatura, con grandes ojos acuosos y cintura de reloj de arena. En vista de ello, Greta le dio al chico diez coronas y lo mandó a su casa. Usó otros modelos: una apuesta mujer que era cocinera en el Palace Hotel, y un hombre con el bigote encerado, el cual, cuando Greta le dijo que se quedase en camiseta, resultó tener el pecho tan tupido como una alfombra. —El mercado está poniéndose difícil —dijo Hans la noche que fue a visitarla, cuando volvió al apartamento después de acompañar a Lili. La galería de Krystalgade había cerrado, y ahora tenía las ventanas enjalbegadas. Su dueño había desaparecido, y, según algunos, había huido a Polonia cargado de deudas, mientras otros decían que ahora se dedicaba a cargar cajones de curry en el muelle de la Compañía Asiática. La fábrica de porcelana de Henningsen, que había encargado veinte hornos más para producir cuencos de sopa para Norteamérica, acababa de cerrar. Los hornos de cemento del señor Petzholdt estaban ociosos. Los rumores se mezclaban con el olor a mantequilla que exhalaba la fábrica de margarina de Otto Mønsted. Y el aeródromo, que antes zumbaba como una colmena, estaba ahora reluciente y tranquilo, despidiendo a unos pocos emigrantes y recibiendo algún www.lectulandia.com - Página 221
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—¿Quieres casarte con ella? —le preguntó.<br />
—No se lo he propuesto.<br />
—Pero ¿se lo piensas proponer?<br />
—Si ella está de acuerdo…<br />
Lili no era celosa. Se sintió aliviada, aunque, al mismo tiempo, sentía el impulso<br />
de apresurados recuerdos: por ejemplo, Hans y Einar jugando a la entrada de la<br />
granja; el delantal colgando junto a la estufa; Greta casi persiguiendo a Einar por los<br />
pasillos de la Academia Real; Greta trotando por el pasillo de la iglesia de Saint<br />
Alban el día de su boda, apresurada como siempre. <strong>La</strong> vida de Lili había dado un<br />
cambio, y se sentía agradecida por ello.<br />
—Pero no se casará conmigo hasta que sepa que estás bien instalada y eres feliz.<br />
—¿Te lo ha dicho Greta?<br />
—No tiene necesidad de decírmelo.<br />
Se oyó otro alarido procedente del piso donde vivía el marinero y el golpe de una<br />
ventana al cerrarse. Lili y Hans sonrieron. A la luz de la farola, Hans parecía tan<br />
joven como un muchacho. Su mechón de pelo estaba erguido, sus mejillas eran<br />
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