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24<br />
Volvieron a la Casa de las Viudas, pero con el paso de los años el edificio se había<br />
deteriorado mucho. Mientras estuvieron en París, Greta había contratado a un hombre<br />
llamado Poulsen para que cuidase de él. Una vez al mes, le enviaba un cheque junto<br />
con una nota llena de instrucciones: «Revise los desagües del tejado.» O bien:<br />
«Compruebe los goznes de las ventanas.» Pero lo cierto era que Poulsen no cumplía<br />
ninguna de las instrucciones que se le daban y se limitaba a barrer el zaguán y sacar<br />
la basura. Cuando Greta y Hans llegaron a Copenhague, una mañana en que la nieve<br />
caía sobre los alféizares de la ciudad, Poulsen desapareció.<br />
<strong>La</strong> fachada se había descolorido, y ahora era de un color rosa pálido. En los pisos<br />
superiores, los excrementos de las gaviotas cubrían los marcos de las ventanas.<br />
Faltaba un cristal en una ventana de un apartamento donde una mujer de más de<br />
noventa años había muerto en plena noche estrangulada por su propia sábana. Y las<br />
paredes del vano de las escaleras que conducían al ático estaban cubiertas de mugre.<br />
Greta tardó unas pocas semanas en preparar el apartamento para Lili. Hans la<br />
ayudó contratando a los pintores y los enceradores.<br />
—¿Ha pensado Lili alguna vez en la posibilidad de vivir sola? —preguntó Hans<br />
un día a Greta, y ésta, sorprendida, replicó:<br />
—¿Cómo? ¿Vivir sin mí?<br />
Poco a poco, Greta habituó a Lili a la vida de Copenhague. En las tardes en que<br />
caía aguanieve, Greta cogía a Lili de la mano y las dos se paseaban entre los setos, sin<br />
hojas en invierno, del Jardín Real. Lili arrastraba los pies y hundía la boca en el<br />
regazo lanoso de su bufanda. <strong>La</strong>s operaciones le habían dejado un dolor constante<br />
que surgía en cuanto los efectos de la morfina cedían. Y Greta le decía, sintiendo el<br />
pulso de la muñeca de Lili: «Tranquila, Lili, tranquila, cuando estés lista, dímelo.»<br />
Greta daba por supuesto que llegaría un día en el que Lili querría salir a la calle sola.<br />
Lo veía venir en el rostro de Lili, en su manera de fijarse en las <strong>chica</strong>s que iban<br />
apresuradamente por Kongens Nytorv con paquetes de panecillos en las manos todas<br />
las mañanas, <strong>chica</strong>s que eran lo bastante jóvenes para expresar esperanza en sus<br />
miradas. Greta lo oía en la voz de Lili cuando leía en voz alta los anuncios de bodas<br />
en el periódico. Y Greta temía que llegara ese día; a veces se preguntaba si habría<br />
accedido a todo aquel lío de operaciones de haberse dado cuenta desde el principio de<br />
que al final todo terminaría con la marcha de Lili de la Casa de las Viudas con una<br />
maleta en la mano. Había días, durante los primeros meses de su regreso a<br />
Copenhague, en los que Greta creía a veces que Lili podría crear una vida nueva para<br />
ellas dos en el ático de la Casa de las Viudas, y ninguna de los dos pasaría más de una<br />
tarde sola fuera de casa. A veces, cuando ella y Lili estaban sentadas junto a la estufa<br />
de hierro, llegaba a pensar que todos aquellos años de trastorno y evolución habían<br />
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