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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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espinillas aprovechando que tenía el termómetro en la boca. Todo aquello ya había<br />

ocurrido antes. Sobre todo, lo de la máscara de goma verde, que encajaba muy bien<br />

sobre su boca y su nariz, como si una de las fábricas de plástico y goma que lanzaban<br />

sus apestosas humaredas a orillas del Elba la hubiese fabricado especialmente a su<br />

medida.<br />

Pasaron varias semanas antes de que remitiese el dolor de Lili, pero llegó el día<br />

en que el profesor Bolk eliminó las dosis de éter. <strong>La</strong> enfermera, que se llamaba<br />

Hannah, desató los sacos de arena y dejó libres las piernas de Lili. Eran de color azul,<br />

y estaban demasiado delgadas para permitirle andar por el pasillo, pero, al menos,<br />

podía incorporarse y sentarse durante una hora o dos por las mañanas, antes de que le<br />

pusiesen la habitual inyección de morfina en el brazo, que era como la honda<br />

picadura de una avispa.<br />

Hannah llevaba a Lili en una silla de ruedas al jardín de invierno, para que<br />

descansase, y la dejaba junto a la ventana, donde había un tiesto con un helecho.<br />

Estaban en mayo, y fuera los rododendros mostraban toda su lozanía. A lo largo del<br />

muro del laboratorio de Bolk, en los macizos de tierra y estiércol, los tulipanes se<br />

esforzaban por llegar hasta el sol.<br />

Lili observaba el cotilleo de las <strong>chica</strong>s embarazadas sentadas en el césped. Desde<br />

el fin del invierno habían llegado varias nuevas. Siempre habría allí <strong>chica</strong>s nuevas, se<br />

dijo mientras bebía un sorbo de té; luego se arregló la manta sobre el regazo, que,<br />

bajo la bata azul del hospital, y bajo las capas de gasa y el vendaje empapado de<br />

yodo, estaba abierto y húmedo y en carne viva. Ursula ya no estaba en la clínica, y<br />

esto desconcertaba a Lili. Pero se sentía demasiado fatigada y demasiado drogada<br />

para indagar acerca de ello. En una ocasión había preguntado por Ursula a Frau Krebs<br />

y ésta se había limitado a ahuecarle las almohadas y decir:<br />

—No te preocupes por ella, todo va muy bien ahora.<br />

Greta sólo podía visitarla durante unas horas al principio de la tarde. Según una<br />

regulación impuesta por el profesor Bolk y aplicada severamente por la voz metálica<br />

de Frau Krebs, las visitas estaban prohibidas por las mañanas y al atardecer. Entonces<br />

las <strong>chica</strong>s ingresadas allí tenían que compartir su soledad, como si su estado y sus<br />

problemas estableciesen una camaradería que la gente de fuera no pudiese compartir<br />

con ellas. De modo que Greta iba a verla todos los días justo después del almuerzo,<br />

cuando los labios de Lili conservaban todavía un poco de sopa de patatas, y se<br />

quedaba hasta mediada la tarde, cuando las sombras comenzaban a alargarse y Lili a<br />

cabecear.<br />

Lili esperaba con impaciencia que Greta entrase en el acristalado jardín de<br />

invierno. Con frecuencia le llevaba un gran ramo de flores —primero, junquillos, y<br />

luego, a medida que la primavera iba avanzando, dragoncillos y, finalmente, peonías<br />

rosadas— que ocultaba su cara al entrar por la puerta. Lili esperaba con paciencia en<br />

su silla de ruedas de mimbre escuchando el ruido de los zapatos de Greta sobre el<br />

suelo de azulejos. <strong>La</strong>s otras <strong>chica</strong>s hablaban bajo de Greta («¿Quién es esa americana<br />

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