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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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23<br />

Lili despertó chillando. No sabía cuánto tiempo había estado dormida, pero sentía la<br />

morfina en su cerebro y tenía los párpados demasiado pesados para poder abrirlos.<br />

Sus chillidos eran agudos y penetrantes, y hasta la misma Lili sabía que<br />

retumbarían por los pasillos de la Clínica Municipal de Mujeres provocando<br />

escalofríos en la espina dorsal de las enfermeras y en la piel tensa del vientre de las<br />

embarazadas. Sentía un dolor inflamado en la parte inferior de su cuerpo. Si hubiese<br />

tenido fuerza para ello, habría levantado la cabeza para mirarse el vientre y ver si allí<br />

ardía acaso una hoguera que quemaba los huesos de su pelvis.<br />

Sentía en sueños que levitaba por encima de la cama y contemplaba lo que tenía<br />

debajo: la pequeña Lili, cuyo cuerpo había sido creado a golpe de escalpelo por el<br />

profesor Bolk, yacía ahora sujeta bajo la manta, con los brazos abiertos y la parte<br />

inferior de las muñecas, de color verde pálido, al aire. Cuerdas de cáñamo cruzaban<br />

sus piernas, y de ellas colgaban sacos de arena que se balanceaban pesadamente junto<br />

a la cama. Había cuatro a cada lado, y cada uno de ellos pendía de una gruesa cuerda<br />

que pasaba sobre las espinillas de Lili y la sujetaba bien para evitar espasmos.<br />

Una enfermera a la que Lili no reconoció entró apresuradamente en la habitación.<br />

Tenía los pechos grandes y era algo bigotuda.<br />

—¿Necesita algo? —le preguntó a gritos mientras la reclinaba sobre las<br />

almohadas.<br />

Era como si fuese otra persona la que chillaba. Por un momento, Lili pensó que a<br />

lo mejor era Einar el que estaba chillando: quizá su fantasma se le había metido<br />

dentro. Era éste un terrible pensamiento, y hundió la cabeza en las almohadas y cerró<br />

herméticamente los ojos. Pero seguía chillando, no podía parar; tenía los labios<br />

agrietados y llenos de costras en las comisuras, y sentía la lengua como una tira de<br />

cuero fina y reseca.<br />

—¿Qué le pasa? —insistía en preguntar la enfermera, que no parecía demasiado<br />

preocupada. Llevaba un collar de cuentas de cristal que le iba pequeño. Lili la miró, y<br />

le miró la garganta, cuya mullida carne casi ocultaba el collar, y pensó que quizá ya la<br />

había visto antes. <strong>La</strong> línea de pelitos sobre su labio superior le parecía conocida, y<br />

también los pechos que tensaban su delantal.<br />

—No debe moverse —le dijo la enfermera—, sólo conseguirá ponerlo peor. Trate<br />

de estarse muy quieta.<br />

<strong>La</strong> enfermera le puso en la cara una máscara de goma verde. Por el rabillo del ojo<br />

la vio abrir una llave y soltar el éter. Entonces recordó que ya la habría visto antes. En<br />

otras ocasiones, al igual que en aquella, se había despertado gritando y la enfermera<br />

había entrado corriendo y le había puesto el termómetro mientras sus grandes pechos<br />

se cernían sobre ella. Luego había arreglado las cuerdas y la manta sobre sus<br />

www.lectulandia.com - Página 203

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