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y, finalmente, a plantaciones de pacanas; después cruzaron las montañas y llegaron a<br />
Santa Barbara. Era ya casi media noche cuando un médico con monóculo examinó la<br />
pierna de Carlisle mientras una enfermera con el pelo rojo herrumbroso muy corto<br />
mojaba tiras de gasa en una cubeta de yeso. Luego, mucho más tarde, casi al<br />
amanecer, Teddy y Carlisle llegaron por fin al camino sombreado de bambúes que<br />
llevaba a la casa española. Estaban agotados, pero en casa.<br />
Greta dormía todavía.<br />
—No se ha despertado desde que se fueron ustedes —dijo Akiko, cuyos ojos eran<br />
tan negros como la piel magullada de la espinilla de Carlisle. Y cuando Greta<br />
despertó, estaba demasiado atontada a causa de las náuseas para notar el yeso que<br />
envolvía la pierna de Carlisle; que dejaba una huella polvorienta en el suelo al ser<br />
arrastrada. Greta notó las huellas de polvo, e incluso se dio cuenta de que se posaba<br />
en los almohadones de la otomana, que tenía que sacudir de vez en cuando, pero,<br />
como le solía ocurrir con todo lo que se relacionaba con las tareas domésticas, no<br />
sintió demasiado interés por él ni por averiguar su procedencia.<br />
Sabía que Carlisle se había roto una pierna, pero apenas si se daba cuenta de ello.<br />
—No es nada, estoy bien —había dicho Carlisle, y Greta no insistió, porque se<br />
sentía como si la hubiesen envenenado.<br />
Miró la escayola y apartó la vista de ella. Y cuando llegó la canícula, y en los<br />
termómetros el mercurio marcó treinta y ocho grados centígrados, y Greta,<br />
finalmente, dio a luz, ya no había escayola en torno a la pierna de Carlisle. El niño<br />
estaba muerto, pero la pierna de Carlisle estaba más sana que nunca desde el día<br />
lejano en que el coche de caballos lo atropelló. Arrastraba todavía un poco el pie,<br />
pero ya no necesitaba muletas y podía entrar a buen paso en el cuarto de estar de la<br />
casa española, al que se llegaba bajando unos escalones, sin necesidad de apoyarse en<br />
la barandilla.<br />
—Vaya, eso es lo único bueno que nos ha ocurrido en Bakersfield —decía<br />
después a veces Greta.<br />
Durante el resto de su vida de casados, Greta pensó que Teddy Cross era un<br />
hombre capaz de hacer milagros, y cuando lo veía concentrado en sus pensamientos,<br />
con los labios apretados, le parecía que podía hacer cualquier cosa. Pero cuando Lili<br />
dijo eso mismo del profesor Bolk, Greta miró al Elba y contó los barcos, y luego<br />
contó las <strong>chica</strong>s que estaban sentadas en la manta, sobre el césped, y, al fin, dijo:<br />
—Bueno, ya veremos.<br />
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