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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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Y entonces llegó Carlisle a Bakersfield. Cojeaba bastante, por lo que para andar<br />

se ayudaba con un par de muletas que le llegaban a los codos y tenían asideros<br />

acanalados de marfil tallado. Tenía otro par de muletas, de plata de ley, que la señora<br />

Waud sólo le permitía usar en ocasiones especiales. En su primera tarde en la casa<br />

española, mientras Greta estaba dormida, por lo que no se enteró de ello hasta más<br />

tarde, Teddy lo llevó en su furgoneta hasta la tierra de los Cross para ver el pozo.<br />

—No me gustaría que se llevasen un desengaño —le dijo Teddy refiriéndose a sus<br />

padres, que estaban acurrucados en su modesta casita, en la que el viento se filtraba<br />

por las grietas entre las tablas de las paredes.<br />

El pozo que había excavado tenía unos treinta centímetros de diámetro y estaba<br />

rodeado por una plataforma de madera. Entre él y Carlisle extrajeron una muestra de<br />

tierra con una lata atada a una cuerda. <strong>La</strong> examinaron, y los dos muchachos abrieron<br />

la boca. Teddy miró a Carlisle, como si esperase de él, sólo porque estudiaba en<br />

Stanford, que fuese capaz de deducir algo del examen de aquella lata de tierra negra.<br />

—¿Crees que hay petróleo allá abajo? —preguntó finalmente Teddy.<br />

Carlisle miró el nudoso roble en el extremo del campo de fresas, luego elevó la<br />

vista al cielo purpúreo y, al cabo, dijo:<br />

—<strong>La</strong> verdad es que no estoy seguro del todo.<br />

Pasaron allí cosa de media hora, en pie bajo el sol poniente, mientras el viento<br />

levantaba polvo y se lo arrojaba contra los tobillos. El cuenco del cielo iba perdiendo<br />

color y las estrellas comenzaban a relucir.<br />

—Venga, vámonos —dijo Teddy.<br />

Y Carlisle, que jamás había censurado a Teddy por lo que le había ocurrido a<br />

Greta, respondió:<br />

—De acuerdo.<br />

Teddy fue a la furgoneta, y Carlisle lo siguió, pero la contera de su muleta quedó<br />

cogida entre las tablas de la plataforma y, sin que pudiera evitarlo, su pierna mala se<br />

deslizó pozo abajo como una serpiente. Se habría echado a reír por el hecho de haber<br />

dado con sus huesos en el suelo de aquella manera tan ridícula, de no haber sido<br />

porque la pierna le dolía. Teddy le oyó gritar y volvió corriendo al pozo seco.<br />

—¿Estás bien? ¿Puedes levantarte? —le dijo cuando estuvo a su lado.<br />

Pero Carlisle no se podía levantar, tenía la pierna atrapada en el pozo. Teddy se<br />

puso a separar las tablas con una barra de hierro, y al soltarse crujían de un modo que<br />

resonaba por los campos. Los coyotes de las laderas de las colinas se pusieron a<br />

aullar como respuesta, y el negro silencio de la noche de Bakersfield pareció cobrar<br />

vida. Carlisle se quejaba, lloroso, en voz baja, con la cabeza apoyada en el hombro.<br />

Así pasó una hora hasta que Teddy, por fin, pudo liberarlo y dejar al descubierto la<br />

pierna, que estaba rota a la mitad de la espinilla. No sangraba, pero la piel estaba<br />

volviéndose más oscura que una ciruela. Teddy ayudó a Carlisle a subirse a la<br />

furgoneta, y luego lo llevó a través de la noche en dirección al oeste, cruzando el<br />

valle, mientras los campos cambiaban de fresa a lechuga de hoja roja, luego a viñedos<br />

www.lectulandia.com - Página 201

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