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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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—¿Qué?<br />

—¿Por qué no vas a verlo?<br />

—Es que no me quiere allí.<br />

—Seguramente, le resultaba violento pedir tu ayuda.<br />

—No, Einar no es así. Aparte de que no tenía por qué sentirse violento. Después<br />

de todo lo que ha pasado, no sé, la verdad, por qué iba a estarlo.<br />

—Hazte cargo de lo mucho que ha tenido que sufrir. Es algo completamente<br />

nuevo en su experiencia.<br />

—Pero, así y todo, ¿por qué no quería que fuese con él? No quería. Eso quedó<br />

completamente claro.<br />

—Seguramente estaba asustado.<br />

Ella se lo quedó mirando:<br />

—¿Piensas que pudo ser eso?<br />

El empleado encendió un cigarrillo; la cerilla sonó áspera contra el papel de lija<br />

de la caja. Una vez más, Greta deseó que Hans la cogiese en sus brazos, pero no se<br />

decidía a acercarse a él. Se irguió y pasó los dedos por los pliegues de su falda. Se<br />

daba cuenta de que la suya era una actitud anticuada, pero no acababa de decidirse a<br />

caer en sus brazos mientras siguiese siendo la esposa de Einar.<br />

—Deberías ir a verlo —insistió Hans—. Si quieres, te acompaño, me gustaría ir<br />

contigo.<br />

—No, no puedo ir.<br />

—Sí que puedes.<br />

—¿Y dejar mi trabajo?<br />

—Tu trabajo puede esperar. O, mejor todavía, te llevas tu caballete contigo, y tus<br />

pinturas.<br />

—¿De veras piensas que debería ir?<br />

—Yo te acompaño —repitió Hans.<br />

—No, eso no estaría bien.<br />

—¿Y por qué no?<br />

Sobre la mesa de trabajo del empleado había un ejemplar de L’Echo de Paris,<br />

abierto en una página donde había un artículo sobre su última exposición. Todavía no<br />

lo había leído, y un párrafo le saltó a los ojos, como si estuviera subrayado: «Con<br />

tantos cuadros sobre el mismo tema —la extraña muchacha llamada Lili—, Greta<br />

Wegener está empezando a ponerse pesada. Me gustaría que buscara una nueva<br />

modelo y adoptara un nuevo esquema de colorido. Siendo, como es, de California,<br />

cabe preguntarse por qué no recurre a los oros y los azules de su tierra natal. ¡A ver<br />

cuándo me pinta un cuadro del Pacífico y de los arroyos de California!»<br />

—Si voy, iré sola —dijo Greta.<br />

—Ahora hablas como Einar.<br />

—Es que soy como él.<br />

Guardaron silencio durante unos minutos, contemplando el cuadro y escuchando<br />

www.lectulandia.com - Página 192

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