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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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Trató de incorporarse, pero un dolor pesado se extendió por el centro de su<br />

cuerpo, y volvió a dejarse caer sobre la almohada, que era dura y estaba rellena de<br />

plumas cuyos cañones se le clavaban en la piel. Hizo girar los ojos una y otra vez<br />

hasta que todo en torno a ella se volvió negro. Pensó en Greta, y se preguntó si estaría<br />

ahora en aquella habitación, en la esquina enfrente de la ventana, pero no tenía<br />

fuerzas para volver la cabeza y comprobarlo. No sabía lo que le había ocurrido, por lo<br />

menos, no lo sabía en aquel preciso momento, mientras el cloroformo todavía le hacía<br />

cosquillas en las ventanillas de la nariz. Sabía que estaba enferma, y al principio<br />

pensó que era un niño con el apéndice reventado en el hospital provincial de Jutlandia<br />

que tenía los pasillos de suelo de goma; eso había ocurrido cuando tenía diez años.<br />

Hans llegaría enseguida, aparecería en la puerta con un ramillete de florecillas<br />

silvestres. Pero eso carecía de sentido, porque Lili estaba pensando también en Greta,<br />

que era la esposa de Einar. Y esto la indujo a preguntarse, casi en voz alta: «¿Dónde<br />

está Einar?»<br />

Pensó en todos ellos: en Greta, y en Hans, y en Carlisle, cuya voz, serena y<br />

persistente, resultaba efectiva para aclarar las cosas. Pensó en el asustado Einar,<br />

perdido en su traje holgado, separado de los demás, aparte, en cierto modo, siempre<br />

aparte. Levantó los párpados. En el techo había una bombilla rodeada de una<br />

reluciente pantalla. De ella partía un largo cable, y Lili se fijó en que llegaba hasta el<br />

lado de su cama, y en que su extremo estaba rematado por un botón color pardo. El<br />

botón yacía sobre la manta verde, y durante mucho tiempo Lili pensó soltar la mano,<br />

que tenía cogida la manta, y pulsar el botón pardo, y así apagar la luz. Se concentró<br />

en esta idea, el botón pardo era un pedazo de madera tallada como las que suele haber<br />

a lo largo del alambre de los ábacos. Finalmente, cuando Lili hizo un esfuerzo para<br />

soltar la mano, el dolor que le causó el esfuerzo de mover el cuerpo reventó en ella<br />

como una explosión de luz caliente. Su cabeza volvió a caer sobre la almohada,<br />

hundiéndose en ella, y las plumas de la almohada se concentraron contra su cráneo, y<br />

tuvo que cerrar los ojos. Unas horas antes, cuando apenas había despuntado la<br />

mañana, a manos del profesor Alfred Bolk, Einar Wegener había pasado de ser<br />

hombre a ser mujer: dos testículos fueron extraídos del envoltorio cercenado de su<br />

escroto. Y entonces Lili Elbe se sumió en la inconsciencia durante tres días y tres<br />

noches.<br />

www.lectulandia.com - Página 189

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