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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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—No te preocupes —le dijo Lili.<br />

Luego, en su habitación, Lili se preparó para acostarse. Frau Krebs le había dado<br />

una pequeña píldora que parecía de cal.<br />

—Para que duerma mejor —le dijo, y se mordió el labio.<br />

Se lavó la cara en el lavabo con un paño color rosa. El maquillaje —el polvo<br />

naranja pálido, el rosado de su lápiz de labios, el pardo de la cera que usaba para las<br />

cejas— corrió por el lavabo y se diluyó en el agua. Cuando cogía el lápiz de cejas, de<br />

punta cerosa, con los dedos listos para trazar la línea, le llenaba el pecho una extraña<br />

sensación, como si estuviera reviviendo algo. Einar era artista, y Lili se preguntaba si<br />

esa sensación, una tensa agitación bajo las costillas, era lo que experimentaba al<br />

poner la punta del pincel sobre la áspera extensión de un lienzo nuevo. Se estremeció<br />

y sintió subirle garganta arriba el regusto de algo que no distaba mucho del<br />

arrepentimiento, pero tuvo que tragárselo inmediatamente, no sin esfuerzo, para que<br />

no se le escapase el somnífero.<br />

A la mañana siguiente se sentía soñolienta y pesada. Llamaron a la puerta. Una<br />

enfermera con el pelo recogido en la cabeza sacó a Lili de debajo de las sábanas. Una<br />

silla de ruedas que parecía oler a alcohol y acero estaba esperando junto a su cama<br />

para llevársela. Apareció, lejano, el rostro del profesor Bolk, que le preguntó:<br />

—¿Está bien? A ver, dejadme que me cerciore de que está bien.<br />

Eso fue casi todo lo que quedó grabado en la mente de Lili aquella mañana. Se<br />

daba cuenta de que todavía era temprano y de que la llevaban en la silla de ruedas por<br />

el pasillo de la clínica antes de que el sol se levantase sobre los campos de colza al<br />

este de Dresde; sabía que las puertas de vaivén con ventanilla redonda se habían<br />

cerrado a sus espaldas antes de que la luz del alba tocase las piedras angulares de la<br />

terraza de Brühlsche, desde donde había mirado el Elba y la ciudad y toda Europa, y<br />

donde se había convencido a sí misma de que nunca más volvería a mirar hacia atrás.<br />

Cuando despertó, vio una cortina amarilla de fieltro corrida frente una ventana.<br />

Enfrente había un armario ropero con una sola puerta con un espejo y una llave de la<br />

que pendía una borla de hilo azul; al principio pensó que sería el armario ropero de<br />

fresno, y entonces recordó, aunque eso le había ocurrido a otra persona, la tarde en<br />

que el padre de Einar lo encontró en el cuarto de su madre con un chal amarillo en la<br />

cabeza.<br />

Lili estaba echada en una cama que tenía unos tubos metálicos en los pies, por lo<br />

que sintió como si mirase a través de una ventana con rejas. El papel de la habitación<br />

tenía un diseño rosa y rojo de ramilletes de flores. En la esquina había una silla<br />

cubierta con una manta. Junto a la cama había una mesa de caoba cubierta con un<br />

tapete de encaje y una tacita con violetas. <strong>La</strong> mesa tenía un solo cajón, y Lili se<br />

preguntó si sus cosas estarían metidas en él. En el suelo había una alfombra de color<br />

tierra, gastada en algunos puntos.<br />

www.lectulandia.com - Página 188

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