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—Es que estoy mala por dentro.<br />
Y Ursula, con su boca de labios prominentes, respondió:<br />
—Ya, ya veo.<br />
A partir de entonces, las dos <strong>chica</strong>s tomaban juntas el té con tarta todas las tardes.<br />
Cogían bombones de una de las muchas cajas que Ursula había sacado a escondidas<br />
en su último lugar de trabajo.<br />
—Estos bombones son la causa de todas mis desdichas —dijo Ursula, que le<br />
mostró a Lili uno en forma de concha y al punto se lo metió en la boca.<br />
Ursula le habló a Lili de la chocolatería que había en el paseo Unter den Linden,<br />
donde había trabajado, a la que los hombres más ricos de Berlín corrían a la hora del<br />
almuerzo, o a las cinco de la tarde, con los abrigos colgando sobre sus brazos, para<br />
comprar cajas de tres pisos de bombones, envueltas en papel de oro y atadas con cinta<br />
de satén.<br />
—Seguramente, pensarás que es de uno de ellos de quien me enamoré —le dijo<br />
Ursula a Lili mientras ponía su taza en el platillo—, pero no fue así. Fue de un chico<br />
que estaba en el obrador mezclando la leche y el cacao molido y los sacos de nueces<br />
y la mantequilla en los tanques.<br />
Eran tanques tan grandes, que los dos amantes se escondían en ellos cuando<br />
estaban vacíos. El chico se llamaba Jochen y tenía pecas desde la cabeza hasta los<br />
pies. Era de Cottbus, y había ido a Berlín a hacer fortuna, pero ahora trabajaba en<br />
aquellos tanques de acero inoxidable y con la hoja mezcladora, que, de no poner<br />
cuidado, podría cogerle la mano huesuda y darle cien vueltas en menos de un minuto.<br />
Pasaron cuatro meses sin que Ursula y Jochen se hablasen, pues las <strong>chica</strong>s, de<br />
uniforme rosa abotonado hasta el cuello, tenían prohibido hablar con los oficiales del<br />
obrador, donde el aire era caliente y olía a sudor y a chocolate dulciamargo, y estaba<br />
lleno de palabrotas que casi siempre se referían a las partes genitales de las <strong>chica</strong>s que<br />
trabajaban detrás de los mostradores de cristal situados en la delantera de la tienda.<br />
Así estaban las cosas cuando, un buen día, Ursula tuvo que ir al obrador a preguntar<br />
cuándo acabarían la siguiente partida de tabletas de chocolate con nueces, y Jochen,<br />
que entonces tenía diez y siete años, se echó el gorro sobre la nuca y le dijo:<br />
—Hoy ya no hay chocolate con nueces. Dile a ese mamón que se puede ir a casa<br />
y pedir excusas a su mujer.<br />
Y fue así como el corazón de Ursula se llenó de amor.<br />
Lo demás, Lili se lo imaginó sin dificultad: el primer beso en el obrador; el suave<br />
revolcón en el tanque de acero inoxidable; la pasión en plena noche, cuando la<br />
chocolatería estaba silenciosa, cuando todas las hojas mezcladoras estaban inmóviles;<br />
los gemidos de amor.<br />
Qué triste, pensó Lili, sentada en su silla metálica mientras el sol de la tarde caía<br />
sobre el Elba. En sólo cinco días ella y Ursula se habían hecho amigas. Y, a pesar de<br />
la difícil situación en que se hallaba ahora Ursula, Lili anhelaba que le pasase algo<br />
parecido. Sí, se decía, me pasará lo mismo: amor instantáneo; incontenible,<br />
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